jueves, 3 de febrero de 2011

Frío

Salí de mi casa y lo primero que noté fue un golpe en los ojos. Entreabiertos como estaban, aún estaban demasiado entreabiertos para no entrar en contacto con ese frío infernal. Sentí cómo se me congelaban los labios. Afortunadamente se me durmieron los nervios y no sentí dolor. Sólo una extraña sensación de ... conservación por congelación.
Bajé las escaleras poco a poco, notando cómo mis pies, por el frío, podían despegarse con gran dificultad del suelo. Cada paso era más lento que el anterior, y algo parecía extenderse poco a poco por mi cuerpo desde el suelo. Por dentro, como si fuera una esponja absorbiendo un líquido gélido.
El frío aumentaba por momentos. El cielo presentaba un aspecto curiosamente vidrioso, y para la hora que era, el alba se estaba retrasando. Mucho. El frío seguía aumentando.
Ahora tardaba casi un minuto en dar un paso, haciendo un gran esfuerzo por despegar el pie, mover el cuerpo (que crujía a cada pequeño movimiento) y volver a colocar el pie en el suelo. En un momento, ví que un pequeño objeto luminoso caía sobre el suelo y se partía en varios pedazos. Miré arriba (tardé minutos en girar el cuello hacia el cielo), y ví que desde ahí, las estrellas, congeladas, se habían desprendido de sus sitios y caían como un granizo de cristales luminosos. Caían violentamente destrozando todo lo que había. Los árboles se rompían como jarrones de porcelana, los coches como si fueran galletas intentando enfrentarse a balas. Corrí a ponerme a salvo, pero en el minuto en que ponía cara de terror y daba el primer paso, uno de esos cristales me atravesó. Sobre el suelo cayeron y se quebraron multitud de cantos rojos. Pero yo no caí, me quedé a medio camino, congelado, en el frío de esa mañana, incapaz de atender mis ocupaciones. Ahora soy parte del paisaje.

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