miércoles, 29 de agosto de 2007

Azufre

Conté uno a uno los fajos de billetes, y los billetes por cada fajo. Los expuse al ultravioleta, eran reales. Satisfecho, cerré las tres maletas. Quise felicitar a mi cliente por la compra, pero ya se había desvanecido. Me quedé solo en el pasillo, pensativo. Esta noche me acostaría, y mañana el mundo me reconocería como otra persona. Con una casa nueva, o mejor dicho, una mansión. Aunque para ello tendría que buscarme algo de compañía; por otro lado, tarea bastante fácil ahora que el trato estaba cerrado. No tendría ni que asimilar civilizadamente que ahora tenía un gran carisma y atractivo físico, que era una persona interesante con una vida apasionante, o lo que equivale a todo ello, que era tremendamente rico. Cualquier tontería que hiciera estaba públicamente aceptada, probablemente coreada por publicaciones populares. Mientras estas ideas me asaltaban caóticamente, empecé a arrastrar las maletas llenas de dinero hacia el salón. El calor y el olor a azufre aún impregnaban el pasillo.

sábado, 25 de agosto de 2007

Historia de este texto, y de un profundo aburrimiento

De repente una sensación de vacío me invadió, fulminante. En ese momento cruzaba la puerta de mi habitación con un vaso de horchata. Cayó desde el cielo como un rayo; se me hizo todo negro. Algunas imágenes parpadearon en alguna parte de mi mente, algunas risas resonaron cerca de esa parte y sentí una profundísima necesidad de comunicarme, de decir algo, no sé muy bien qué. Una sensación dolorosa de vacío, como si una mano invisible hubiese arrancado de mi cabeza la armonía de las dos de la madrugada.
Corrí, tan rápido como me permitía el vaso de horchata, hasta el ordenador, debidamente conectado a Internet y con la sesión de Messenger iniciada. No encontré nadie interesante y disponible. Vaya. Entonces empecé a escribir un email. Al principio no sabía a quién mandarlo, luego no sabía cómo empezar el mail, y al final no sabía ni de qué quería hablar. Así que vine aquí, a mi blog, a escribir sobre el asunto. Una vez que lo publiqué, mandé una copia del texto al mail de una amiga. Luego apagué el ordenador, un poco aliviado, pero no demasiado, como cuando uno tiene mucha hambre y toma algo para aliviar el dolor, pero sabe que aún no está saciado.
Apoyé la cabeza en la mesa y cerré los ojos. En la oscuridad, se me hizo claro. En algún momento de mi vida, a esa misma hora, probablemente en otro lugar, algo maravilloso había sucedido. Algo que había despertado inútilmente mi inconsciente, como los despertadores que suenan a las seis de la madrugada un domingo.

viernes, 24 de agosto de 2007

No busco

No buscaba las llaves, y las encontré por casualidad cuando estaba hablando por teléfono. No buscaba el teléfono cuando lo encontré por casualidad cuando veía la televisión. No buscaba el mando de la televisión cuando lo encontré por casualidad mientras me preparaba para salir. No buscaba mis zapatos, cuando los encontré por casualidad cuando contaba mi dinero. No busco la fortuna, ni la felicidad, ni el amor, ni la salud ...