viernes, 23 de febrero de 2007

EL SILENCIO

- No se quién creó el cielo. No se quién creó la tierra, ni el mar, ni las estrellas, ni la luna, ni a tí. Sólo se que el infierno lo creé yo.

- Te voy a contar cómo lo hice.

- El infierno no se crea a base de cometer pecados. Mira en tu interior y dime si la mayoría de las cosas de las que no te arrepientes no son "pecado". No te dejes engañar y sobre todo no te engañes, la "virtud" no existe.

- Solo hay una cosa de la que me arrepiento, y es de aquello que no hice. Y de lo que no dije. No me arrepiento de la vida que he llevado, sino de la que no he llevado. No me arrepiento de mis acciones, sino de mis omisiones.

- Aquella vez que se me olvidó decir gracias. Aquella persona a la que nunca expliqué por qué nunca más la llamé. Aquella a la que no supe pedir perdón, y aquella otra a la que no supe conceder el perdón. Todas aquellas veces que no supe pedir y por ello me quedé sin conseguir. O aquellas personas a las que no supe decir que sobraban, que molestaban, que su compañía no era bienvenida.

- Los malos momentos pasan. Los malos recuerdos se olvidan. Las malas acciones se perdonan. Los malos silencios atormentan el alma poco a poco. Sin prisas, sin luchar. Se toman su tiempo en destrozarlo todo a base de dejarlo todo como está. Impiden que las cosas cambien.

- De lo que te arrepentirás en el futuro es de lo que no has hecho. ¡Habla! No hables con indirectas, pues nadie te entenderá. No esperes que las personas cambien su actitud solas, pues no lo harán.

- SI TIENES ALGO QUE DECIR, DILO.

Mi reclamación

Voy a contar un suceso que me ha dejado bastante perplejo a estas alturas.
Como sabreis, hemos tenido algunos problemas con la llegada de las tarjetas de estudiante nuevas de la UMA (lo cual me impide ir al cine con tarifa reducida, además de que no me gusta la foto que tiene el antiguo; parezco un terrorista). Muchos hemos rellenado una solicitud de reclamación. Pero en mi caso tiene interesantes alicientes.
Me limitaré a transcribir la solicitud que rellené, pues creo que se explica lo suficientemente bien.

EXPOSICIÓN DE LOS HECHOS Y LAS RAZONES QUE MOTIVAN LA SOLICITUD:

>> Se ha producido un retraso de varios meses en la entrega de la tarjeta de estudiante en alumnos de Ingeniería de Telecomunicaciones, a lo que se suma el peculiar argumento dado por la secretaria responsable en el centro (ETSIT) para justificar este restraso en mi caso concreto, alegando que "Los nombres raros se entregan más tarde para organizarnos mejor"


Y pienso; ¿no se organizarían mejor ordenando las tarjetas por orden alfabético? ¿Cuál es la frontera entre un nombre "normal" y uno "raro"? ¿Quiere decir que si me cambiara el nombre podría recibir la tarjeta antes? ¿No será que hay empleados raros?
A mí que me lo expliquen ...

domingo, 4 de febrero de 2007

Secuestro

La vi llegar. Su demora me había intranquilizado, pero verla ahora lo hizo aun más. La expresión de su rostro me sugería que algo no iba nada bien. Otrora habladora y radiante, ahora se me acercaba asustada y con la boca fruncida, como si una mano invisible se la estuviera tapando. Noté que, aparte del paraguas que había ido a buscar, traía consigo dos enormes bolsas, despegándolas de su cuerpo tanto como el peso le permitía. No me dijo ni una palabra, pero tampoco lo necesitó. Cuando llegó hasta mí, me asomé a una de las bolsas. Estaban llenas de cartuchos marrones del tamaño de un vaso, con una etiqueta roja que decía "EXPLOSIVOS". La miré sobresaltado. No era del tipo de personas de quienes esperaba que un día me mostraran explosivos suficientes para derribar un edificio; ella no.
"¿Qué es esto? ¿Es tuyo? No, no puede ser ¿qué ha pasado?"
Hablaba pausadamente, pero las palabras peleaban por salir de mi boca. Se acercó más a mí, como si huyera de algo, y entonces me dí cuenta de que un tipo con un pañuelo en la cabeza y barba de varios días nos apuntaba con una recortada. Junto a él, un hombre de unos cuarenta, moreno y con los ojos saltones, con ojeras de no haber dormido varios días.
"Vamos a dar un paseo. Acompañadme y no se os ocurra decir ni una palabra"
"¿Qué queréis de ..." Me calló quitando el seguro del arma. Cuando los objetos hacen callar las voces, es que alguien puede salir muy dañado.
Sentí la presión del cañón en la espalda hasta una furgoneta negra aparcada a varios metros. También sentía la presión de querer proteger a alguien a quien no podía ni hablar. Es algo duro. Sabes que al final todo saldrá bien, que algo bueno pasará, y que, de no ser así, no lo sabrás hasta el momento en que lo peor suceda. Y por otro lado sabes que quien está a tu lado puede estar sufriendo mucho, que eso es un mal que tiene lugar en el tiempo presente, que tienes la capacidad de arreglarlo, pero que la situación no lo permite.
Y tu seguridad se derrumba entonces. Te vienes abajo, el pánico te invade. Con un poco más de mala suerte, transmites ese pánico a esa persona que desearías tranquilizar, y todo empeora. Al final, derrotadas todas las líneas de defensa, se despierta tu instinto más básico.
La parte trasera de la furgoneta estaba despejada. Le quitaron las bolsas, las pusieron con cuidado en un rincón, detrás del asiento del conductor. Después la metieron dentro, y se acomodó en la pared opuesta. A mí me empujaron a su lado. Se abrazó a mí, quizás buscando protección. Si eso la calmaba...
Tras horas de viaje, estábamos lejos de cualquier núcleo urbano. Noté que la furgoneta deceleraba. Paramos en una gasolinera. Eran las 3 de la madrugada, minuto arriba, minuto abajo, y el copiloto dormía. Mi compañera, que de por sí era una persona intranquila e insomne, milagrosamente estaba también dormida. Despues de todo, alguien le había encontrado el lado positivo a todo esto.
Yo no era un príncipe azul, ni siquiera era valiente. Hacía horas que mi cabeza se había rendido al no dar con la salida de esta situación. Silenciosamente, con cuidado de no despertarla, la alejé de mí, gateé hasta la puerta trasera, y con una velocidad y sigilo que nunca más podré repetir, la abrí y salí corriendo a esconderme en la oscuridad de la noche.
Una gran carga se desprendió de mí. Sólo pesaba, y me dolía la conciencia...
Y entonces, noté un tremendo ardor en la pierna izquierda y caí al suelo. Al mismo tiempo, no se si antes del dolor o después, un ruido sordo. Y noté que alguien se me acercaba. Me hice el muerto, pero me cogió de los pelos y me obligó a mirarle.
"¡Cobarde! ¡Me ibas a dejar sola!"
¡Ay! La conciencia duele como un tiro en la pierna de un cobarde...