lunes, 25 de agosto de 2008

Soy lo que soy

Piensalo un momento. No puedes ocultarte a ti mismo quién eres; quién eres en realidad. Aunque nadie más lo sepa, suponiendo que no quieras mostrar lo que eres a los demás. No te puedes engañar a ti mismo.
Pero quizás la propia realidad sí pueda engañarte; porque si actuas de una forma distinta a como eres; todo el mundo trata con ese tú falso, y el impacto real que tienes en el mundo es el que produce tu yo imaginario como si fuera real; entonces a todos los efectos, eres lo que muestras ser. Será triste para ti, porque entonces nunca serás tú quien vivas tu vida, sino un ser imaginario que te suplanta.
En todo caso, eres lo que eres.
¿Y cómo has llegado a ser lo que eres? Tu vida, tus momentos, tus miedos, preocupaciones. Tus experiencias, infantiles, laborales, amorosas, odiosas. Cada golpe como un cincel, cada caricia como una pincelada. El tiempo, abogado, juez y verdugo, te ha hecho como eres a partir de lo que eras.
No puedes huir de tu pasado porque está en tí; porque tú eres tu pasado. Nada de máquinas del tiempo, nada de Deloreans empujados por un condensador de flujo... el pasado está en tus manos, en tus ojos, en tu percepción (en cómo interpretas la realidad... de hecho, tu pasado será quien decida cómo vas a interpretar este texto).
Eres lo que eras.
¡Busca en ti mismo! No desees ser; sé. No sientas impotencia por querer y no poder ser algo que crees que no eres. Puedes hacer cualquier cosa que se pueda hacer; y por tanto, puedes ser cualquier cosa que se puede llegar a ser. Y si tienes el potencial de serlo, entonces lo eres; pero aún no lo has descubierto. Siempre que quieras ser algo, busca en tí. Busca porque sólo buscando y sabiendo lo que buscas, podrás encontrar, entender y, a fin de cuentas; ser.
Todo lo que serás, lo eres ahora.
De este modo, yo, Emil, puedo afirmar que soy todo lo que soy, todo lo que fuí, y todo lo que llegaré a ser.

martes, 19 de agosto de 2008

Quizás sea un mensaje para tí

Admito que el título sólo es un treta para que muchas personas lo lean y se rayen pensando si es para ellas o no.
Me gustaría decir que, si sabes a priori cuál es el mensaje, no sabrás a quién va dirigido. O bien, si sabes a quién va dirigido, difícilmente sabrás cuál es el mensaje. Remarcaría el hecho de que, mis mensajes, pueden no estar escritos; quizás no es este el lugar correcto donde buscar, quizás este mensaje sea sólo el anuncio de un mensaje escrito en otro sitio y con otra tinta.

Quizás sea porque crees que vives muy rápido (podremos discutir si eso es verdad o no, pero ese es otro tema), y no le dedicas tiempo a parar en seco, a desconectar de todas esas fuerzas que tiran de ti hacia todos esos lados.
Quizás sea que de verdad he sondeado todo lo que eres y no das para más (y por tanto, debería dejar de preocuparme); ojalá no sea así.
Quizás sea porque no quieres escuchar, o porque tú misma haces demasiado ruido para oír; que tengas un fuero interno bestial.
Quizás sea porque, después de todo, hablamos idiomas diferentes de Verdad.
Quizás sea porque estoy siendo eclipsado por un cuerpo menor pero más cercano a ti.
Pero mi única recomendación, es que te tomes un momento, te relajes, y observes; que observes detenidamente, los mensajes que hay ocultos tras cada pista.

El sabor de la felicidad

Bajé los dos tramos de escaleras, crucé la plaza en diagonal. Dos niñas jugando con un gato. Una, la hija de mi vecina; la otra, no lo sé; el gato, de la comunidad. Bajé otro tramo de escaleras, hasta llegar a otra pequeña plaza. Era la segunda puerta a la izquierda...
"Una clara, por favó; y un sangüi mitto" - El que pronunciaba estas palabras era yo. Me senté en un corrillo con otros tres vecinos. Hablaban de ... bueno, no me acuerdo de qué. Pero cosas de vecinos. Tomarme una copa con mis vecinos... era algo que, sí, era de lo más natural, pero tenía un sabor a exótico para mí. No sabría decir por qué.
Risas, bromas, alguna mirada cómplice a la mesa de al lado. Como cualquier tarde. Sí, se podía decir que estaba cómodo, que podía resumir el momento en la palabra "felicidad". Quien busque la felicidad en algo complejo, se equivoca.
Pero entonces, me levanté, subí en uno el nivel del ventilador, tenía mucho calor. Y me quedé congelado. No habían vecinos, no había tarde, no habían mesas, no había clara, ni sandwitches mixtos. Estaba mi cama, la oscuridad, el ventilador y un despertador que marcaba las 4 y media de la mañana (hora arriba, hora abajo).
La felicidad está en las cosas sencillas; tan sencillas com un bar debajo de mi casa. Por eso no soy feliz del todo.

jueves, 7 de agosto de 2008

Incomunicación

Pero un día te volví a ver a escasos metros. Me miraste por un segundo, y luego apartaste la mirada, haciendo como si no me hubieras visto. Pero la propia culpabilidad te pudo; me volviste a mirar. ¡Fallo! Habría picado, de no ser por tu inseguridad.
Pensé en acercarme y hablar, pero para qué. Al fin y al cabo yo no tenía nada que decir, ni tú nada que escuchar; y peor aún, al revés. Ambos teníamos, además, quien nos escuchase y quien nos hablase, en otras palabras, teníamos las posibilidades de comunicarnos con otros. Tú, bien atendida. Yo, bien atendido.
Y sin embargo, no podía dejar de desear, y alimentar, ese silencio. Y me consta que tú tampoco.
Me miraste una tercera vez, esta vez intensamente, antes de volver a desaparecer, sólo Dios sabe por cuánto tiempo.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Belleza

La belleza es común. La hay por todas partes, no hay que buscarla. Nos espía, nos persigue, nos acecha y nos asalta.
Y no, no me refiero sólo a la belleza que se destila de la publicidad en las revistas, en la televisión o en los panfletos que se deshacen con los pisotones de los transeúntes. Ni la belleza que puebla las discotecas, y aumenta copa a copa. Ni aquella con la que a veces me deslumbras (después de todo, hey! soy humano).
La belleza, la misma belleza, está en todas partes. Empezando por algo convencional, está en un cielo estrellado, coronado con el arco de la Vía Láctea. O en el Sol abrasador del desierto, en la vida que brota de éste cuando cae la noche. En la lluvia que convierte el marrón en verde, o en la fuerza de las tormentas que se niegan a sucumbir a los programas humanos. Al bullicio de la hora punta, a las calles vacías de las cuatro y media de la mañana. A la voluptuosa y a la vez silenciosa vida que se observa de noche al sobrevolar Málaga. A la humildad con la que a veces somos capaces de admirar a nuestra propia especie; cuando viajamos miles de kilómetros sólo para ver las Pirámides, a la curiosidad que sentimos cuando nos preguntamos "¿Y esto cómo se les ocurrió? ¿Cómo lo hicieron?". A la belleza silenciosa de los fiordos. A las historias que nos cuenta la Alhambra. La que baja del cielo desde los rascacielos de Manhattan, o desde la punta del Kilimanjaro.
En general, esa belleza que las cámaras no pueden captar por completo, aquellas que hay que vivir para comprender; porque una experiencia vale más que mil imágenes.