martes, 22 de mayo de 2007

Jinete del desierto

Ella cabalga noche y día, incansable. Sigue a través del desierto, un camino invisible, quizá incluso errático. Es una mujer bella y fuerte, que lidia con el calor del día y el frío de la noche, los espejismos del camino y los bandidos de las montañas, con valor y con destreza. Su nombre es Amal.
La vida de Amal no es fácil. Se necesita una mente capaz de mantenerse fría bajo el sol más mortífero del mundo. Hace falta también conocer al desierto y para ello hay que amarlo, aun sintiendo su aridez y viendo su cara más horrenda. Se precisa el coraje para remontar una y otra vez las dunas que ceden bajo los cascos del caballo. Hay que tener la entereza necesaria para tirar del caballo cuando éste ha decidido pararse para morir, la fortaleza de poder seguir a pie si el animal fenece.
Pero lo que más necesita Amal en sus largos viajes, es agua. En el desierto, agua significa vida. Una gota de agua mide lo mismo que un diamante, pero su valor es infinitamente mayor. Mientras tenga agua, incluso si es una gota, ella sobrevivirá.
Cuánto tarda en llegar y por qué camino lo hace, eso se lo imponen el desierto y el destino. De dónde viene y a dónde va, es algo que no decide ella. Aunque te pueda sorprender, eso lo decides tú. Ella viene de un lugar donde está todo lo que tienes, y va a donde está todo lo que deseas. Es una mercader de sueños.
También está en tu mano el que ella sobreviva o no. Tú eres el que decide cuándo llueve en el desierto. Si dejas que llueva, Amal podrá recoger el agua y rellenar sus reservas. Si no, llegará un momento en que no podrá seguir adelante y ... bueno, el resto lo dejo a tu imaginación.
Tú, en cierto modo, eres el agua que bebe Amal. Es una mujer valerosa, pero recuerda que necesita de tu colaboración. Sólo debes desear que a ella le llegue el agua, y el agua le llegará. Y esperar; pues los viajes por el desierto no son fáciles ni cortos.

NOTA: Amal es un nombre árabe de mujer; su significado es "Esperanza"

domingo, 20 de mayo de 2007

El hombre que iba siempre a la derecha

Cuando uno coge todos los días el tren, ve muchas caras, que con el tiempo se vuelven habituales. A la mayoría de esas caras, uno no llega a ponerles voz, porque simplemente nunca les habla.
Entre esas caras mudas había un hombre. Usaba unas gafas de pasta marrones, que corregían los defectos de unos ojos también marrones. El tiempo había segado la mayor parte de su pelo, pero el que quedaba era intensamente negro. Durante todo el viaje, este personaje siempre leía. De vez en cuando miraba a la gente que entraba en las estaciones del camino. En resumen, era una persona modesta en la que nadie nunca se fijaría.
De no ser porque hace algún tiempo yo me senté justo en frente suya. Él estaba sentado en el asiento de la derecha, junto a la ventana. En todo el viaje, nadie se sentó a su lado. Incluso había gente de pie, pero nadie se dio cuenta del asiento libre. Yo apenas le di importancia al asunto, pero me pregunté qué tenía de repelente aquel hombre. En todo caso, podría ser parte del mobiliario, pero no un elemento molesto.
Al día siguiente él estaba sentado al lado de la puerta, en el asiento derecho. Yo me senté a varios metros, pero de vez en cuando eché un vistazo, y en ningún momento el asiento libre fue ocupado. Cuando llegamos a la última parada, el hombre salió el primero. Salió por el lado derecho de la puerta, y los demás viajeros salieron detrás de él y su hueco.
Día tras día, me fijé en que este hombre siempre iba a la derecha de un asiento libre. Incluso a veces me fijaba antes en el hueco y luego en el hombre, pobre e insignificante diablo.
Consiguió suscitar mi interés, tanto, que un día de esta semana, decidí seguirle después de salir del tren. En la bulliciosa muchedumbre de la estación, el personaje iba en un claro, como siempre, ligeramente desviado hacia la derecha.
Pasó por el segundo torniquete, y a su derecha pasaron otras dos personas, pero nadie salió por el que quedaba. Subiendo las escaleras mecánicas, se apoyó en el pasamanos del lado derecho. Una persona que subía con mucha prisa, adelantando a los demás, le pidió paso, y el hombre le dejó pasar por su derecha. El hueco apenas se redujo.
Ya en la calle, el vacío le rodeó por todos los lados, pero aun así, el hombre sorteaba los obstáculos a un metro, sólo si pasaba a la derecha de estos. El resto de la gente, de una manera u otra, respetaba aquella distancia. La repartidora del 20 minutos, la de ADN, la de Qué, la de Metro, la repartidora de publicidad, el hippie que repartía propaganda de IU... todos alargaban la mano para darle lo que tuvieran que darle sin acercársele.
Le seguí hasta que vi que entraba en un autobús, el número 25, que estaba ya medio lleno (según un pesimista) o medio vacío (según un optimista). Cuando la conductora le vio poniéndose a la cola, abrió las dos puertas, pues hasta entonces sólo estaba abierta la de la derecha. Sólo observé que subió por el lado de la derecha, picó su billete dos veces y se sentó al final del todo, en un asiento doble, de espaldas a la marcha. En el lado derecho y solo. Abrió de nuevo su libro y siguió leyendo, ajeno a que alguien le observaba. El autobús arrancó y se fue.
¿Qué o quién es ese hueco? ¿Un fantasma? Sea lo que sea, la clave está en el modesto personaje que siempre va a la derecha.
¿Qué creéis vosotros que es el hueco?

sábado, 19 de mayo de 2007

La ley del silencio

Hay demasiadas palabras prohibidas, demasiadas frases obscenas, de mal gusto, que uno no puede decir. Hay demasiadas expresiones incómodas, demasiados tabúes, demasiados prejuicios, demasiados juicios.
Hay demasiadas cosas que me gustaría decir, demasiadas páginas esperando ser legales. Demasiadas palabras que suenan dentro de mi cabeza para no tener que sonar en otros oídos. Demasiadas historias empiezan y terminan en mi mente; la más bella, la más fea, la más sincera, la más fantasiosa. Demasiadas promesas que la ley no me permite hacer. Es difícil no gastar las energías. Es difícil no esforzarse en hablar. Es la ley del silencio. Si fuera fácil no sería ley.

jueves, 17 de mayo de 2007

La importancia de existir

¿Qué es ser? Un árbol que cae en mitad de un bosque en el que nadie lo oye ¿hace ruido? No. Hace vibrar el aire; pero no produce ningún sonido, porque los sonidos son una sensación humana. Por tanto, un sonido que nadie oye no existe. Puede ser cualquier cosa, pero no un sonido.
Así mismo, ser implica ser conocido. Si nadie es testigo de nuestra existencia, entonces nunca habremos existido. Quizá esta idea inquietante nos lleva a buscar la compañía de los demás, tantos testigos de nuestra existencia como nos sea posible.
Necesitamos testigos de lo que decimos, para no hablar solos. De lo que sentimos, para que aquello que nos parece bello sea conocido, que no desaparezca entre las cosas que dejamos en el trastero de nuestro tiempo y que muy de vez en cuando volvemos a visitar. De donde viajamos, para que otros puedan encontrarnos si nos perdemos. De lo que escribimos, por pura vanidad.
Tú que lees esto, también lo escribes, porque si no lo leyeras, este texto estaría escrito, pero no existiría. Tú que visitas este blog, también lo actualizas con cierta frecuencia, aunque lo actualizas sólo cuando a mí me da la gana. Tú, si me conoces, haces que yo sea como soy, como quiera que sea contigo. Y si además sabes lo que siento, entonces haces que me sienta así; porque si no lo supieras entonces sería una idea más en mi cabeza, pululando todo el día de un lado para otro, buscando una forma de existir.

jueves, 3 de mayo de 2007

El torero chino

Valor. Este texto trata de eso, de valor.

Mirad esta foto obtenida el 5 de Junio de 1989 en la plaza de Tiananmen, en Pekín (China). Un hombre plantado de pie ante 4 tanques. Si bien hace poco hablaba de una foto también histórica que demostraba la pequeñez del hombre, esta demuestra lo grande que puede llegar a ser. Me pone los pelos de punta y me descubro ante uno de los mayores héroes que no conozco. No es una estatua, de hecho en grabaciones de video se ve que cuando uno de los tanques intenta esquivarlo, el hombre se mueve para seguir estando en frente.

¿Cuántos de vosotros estaría dispuesto a plantarse ante un toro, previo entrenamiento para poder evitar sus cuernos, sabiendo que os darán una cantidad ingente de dinero? Yo pienso que muchos, pero posiblemente seais sólo unos pocos. Ahora, ¿cuántos de vosotros estaría dispuesto a plantarse ante un tanque, sin ningún entrenamiento, con la firme decisión de no dejarle pasar si no es por encima de vosotros, sabiendo que lo más que os darán es un tiro en la cabeza?

Visto desde esta perspectiva, ¿no os parece un poco frívolo ejemplificar el valor con el oficio del torero? El valor es mucho más que espectáculo, es mucho más que tradición; mucho más que una tarde de toros. Es el arma, escudo y espíritu de la libertad. Los valientes no son los que actúan por su propio beneficio. Son los que, no teniendo en su mano nada más que valor, sea lo que sea eso, plantan cara a la injusticia, al mal.

De hecho, el torero chino al que hace alusión el título de este texto, no es el hombre de Tiananmen. Un torero esquiva, planifica cada golpe, conoce a fondo al toro, es más inteligente que él. El hombre de Tiananmen no esquiva, ataca; no tiene estrategia, sólo pasaba por ahí; no conoce a su enemigo, pero éste lo puede saber todo de él.

En la plaza de Tiananmen tenía lugar una corrida diferente. En estas corridas, el torero es todo poder que pretenda aplastar el espíritu humano. El toro es el Hombre Medio. Morirán muchos toros, pero un torero que no se retire, envejecerá, se hará mas lento y débil, y entonces en una mala jugada, no conseguirá esquivar los cuernos.

El hombre de Tiananmen, esa frágil y borrosa figura valientemente inmóvil ante mastodontes mecánicos cargados de muerte, es la demostración de que el Hombre Medio siempre pierde las batallas porque está peor armado, pero gana todas las guerras, porque está mejor dotado.

Más sobre la matanza de Tiananmen: enlace a Wikipedia