viernes, 27 de enero de 2006

Incomunicación

Te vi por la calle, y tu te alejabas de mí sin haberme visto aún. Te llamé, pero no me oíste, así que decidí llegar hasta tí. Te seguí, y tú seguías sin verme, y sin escucharme cuando te llamaba. Te seguí siguiendo, pero tu cada vez andabas más deprisa. Te seguí llamando, pero el ruido de los coches y el ruido de tu indiferencia ahogaron mi voz. Cuando por fin te alcancé, giraste de repente y no pude pararte. Y tú seguías sin mirar atrás. Volviste a alejarte, y yo a seguirte. Un semáforo se puso en rojo, y los coches comenzaron a pasar. Por un momento tuve la esperanza de que te alcanzaría, pero te arrojaste a la calzada y continuaste tu camino. Y yo tuve que pararme ante el tráfico que te tragó. Todo seguía normal. Y cuando el semáforo se abrió, y llegué a la otra orilla, me senté en un banco a pensar. Sólo me preguntaba si el fantasma eras tú o era yo.

domingo, 22 de enero de 2006

Un viaje normal

Comienza a moverse, imperceptible. Deja atrás, centímetro a centímetro las piedras del camino. Luego, metro a metro, abandona la estación, kilómetro a kilómetro, cada vez más rápido. Ante mí el paisaje comienza a pasar, como un cuadro animado. Intento sumergirme en él, eliminar el marco y atravesar el lienzo de cristal.
De repente estoy fuera, corriendo a 100 km/h sobre una alfombra de piedras, traviesas y acero. Y ahora dejo de pisar el suelo y vuelo a metro y medio de altura. Pero poco a poco me desvío, y puedo dejar de seguir la vía, puedo volar a donde yo quiera, subir o bajar tanto como yo quiera.
Siempre he querido llegar hasta las nubes, y ahora nada me lo prohíbe. ¡Allá voy!
Mas algo ha fallado a medio camino. Caigo. Caigo rápido. Caigo cada vez más rápido. El suelo está a pocos kilómetros, a pocos metros y ahora a un par de centímetros. Todo negro.
Y todo sigue negro, pero estoy vivo, sentado en el suelo y con la espalda apoyada a una pared. Sólo puedo ver un piloto rojo en la pared de enfrente. Me levanto y presiono el botón sobre el que luce el piloto. Y se enciende la luz cegadora de una bombilla de 60 W.
Estoy en una habitación llena de objetos, con dos estanterías para dar algo de orden al desorden. Y a mi lado hay una puerta, que supongo que será la salida. Como no encuentro nada de interés en la habitación, saldré. Por cierto ... ¿dónde demonios estoy? ¿y cómo he llegado aquí? Atravieso la puerta, y veo el símbolo de RENFE en el pasillo al que se abre. En la puerta que acabo de atravesar leo un cartel que pone "Objetos Perdidos"

jueves, 12 de enero de 2006

Una mañana de estas ...

Hoy desperté recordando que olvidaba algo. No sabía de qué se trataba. Desayuné con esa extraña impresión clavada en cada bocado de comida. Y la sensación seguía ahí mientras me estaba vistiendo. Antes de salir de casa comprobé que todo estuviera en su sitio. ¿La cartera? La llevaba, y dentro de ella el billete del tren, del autobús y el dinero suficiente. ¿Las llaves? Estaban en su sitio; no me quedaría en la calle ni moriría de frío en la misma puerta de mi casa... Y así, comprobé que todo estaba en orden; el gas estaba cerrado, las luces apagadas, los grifos cerrados ... Bajé las escaleras a tientas, palpando con las manos las paredes, y tropezando continuamente, llegué a la estación, y poco después subí al tren, con esa sensación aún rondando mi cabeza... ¡Un momento! Se me hizo la luz. Siempre me decían que algún día me iba a pasar, y hoy por fin pasó; me dejé la cabeza en casa.

viernes, 6 de enero de 2006

En las afueras de la Felicidad

Llueve ahi fuera. Las gotas chocan contra el cristal del coche, pero vuelven a volar;
salen disparadas hacia atrás. Voy rodando sobre el agua, dejando detrás de mí una nube, eclipsando mi pasado.
De lo hecho me separan litros de gasolina, de lo dicho, vueltas y vueltas del cuentakilómetros, de lo visto,
toneladas de negro asflato.
Han pasado a mi lado llanuras vacías, montañas que amenazaban con derrumbarse, túneles excavados en el seno del infierno, sin un final a la vista. Sobre mí ha caído la furia de los cielos, el silencio del día, y el calor de las estrellas.
Poco a poco, lentamente, aparecen y pasan a toda velocidad las primeras señales de civilización. ¿Estoy llegando a algún sitio?
Carteles luminosos anunciando no sé qué, vallas publicitarias con no sé cuántas fantásticas ofertas. Otros coches, civilizados, que dejo atrás no mucho más lentamente que a las gotas de agua.
Hasta donde alcanza mi vista, a través de la lluvia, se extienden los vestigios de la vida, una vaga vida de carretera, poblada por viajeros y conductores, conducidos y transportistas, transportes y mercancías; sin mercados, sólo gasolineras y paradores.
El reloj marca las 3 de la madrugada, el velocímetro marca 190. Cada segundo que pasa lo dejo atrás en un segundo, y en una hora queda a cientos de kilómetros.
Y detrás de una curva, a través del agua, aparece majestuosa la Ciudad. Brillantes luces adornan enormes edificios. Los parques están iluminados por la Luna, que ilumina a enamorados y soñadores. Los neones esconden risas, bailes, historias ... Al ritmo de la ciudad, la vida bulle, la paz se impone por las armas de la armonia y el fuego de la dulce frivolidad. Sí, ahí es donde quiero estar, en esa ciudad, no me importa ser un lotófago, olvidarme de lo que hay fuera para siempre.
Y ante mí se abre la puerta de la ciudad; y no estoy ya más en las afueras... La traspaso, y mi vista se sumerge en un mar de belleza, mis oídos se inundan de cantos de sirenas, y mi boca saborea la dulzura del aire. Me olvido de todo, el tiempo se ha detenido.
Pero no el coche, sigue corriendo por calles y boulevards, ante la mirada atónita de los transeúntes que ven perturbada su tranquilidad.
Me estoy dirigiendo a la salida, no puedo evitarlo ya, el coche no me obedecerá. ¡No quiero perder esto que tengo! Una vez que he llegado no quiero irme. Pero no hay remedio.
Más allá de la puerta, puedo sentir el calor. Más allá de la puerta veo la luz. Más allá veo las cenizas, la destrucción. Más allá rugen los fuegos del Averno.
¿Para qué tenerlo todo para volver a tener nada?
Despues de todo es la parte que me ha tocado. Seguiré corriendo para llegar a algún otro lugar,
a través del mismo infierno, si el camino me conduce allí...
Los demonios que dejo atrás se sorprenden al oír una carcajada siniestra brotar de un vehículo que
se sumerge en las llamas a una velocidad endiablada, y deja a su paso una estela de cenizas y huellas de neumáticos cuyos dibujos han desgastado la distancia, la velocidad y el tiempo.