viernes, 6 de julio de 2007

Quince mil millones

Cuando hablas de tus sueños, no hablas sólo de imágenes y sonidos inconexos y absurdos; hablas de complejísimos procesos aún muy por encima de la comprensión de cualquiera que sueñe.

Cuando conduces tu coche, no sólo estás manejando un objeto de tu propiedad; consumes el trabajo en equipo de toda una especie, de su sociedad, industria, economía, historia ...

Cuando te conectas a Internet para leer esto, no sólo accedes a una red donde lo mismo podrías colaborar en causas humanitarias como fomentar contenidos criminales; estás observando el resultado de la suma de los productos de los intelectos más brillantes, que iluminaron miles de años de ciencia e ingeniería.

Y, cuando te miras al espejo, no sólo ves una esbelta e impresionante morena, o un anciano encorvado y encanecido, o una cincuentona vestida como una quinceañera que quisiera parecer mayor, o un desconocido con los ojos rasgados y la mente y los recuerdos fijados en el otro extremo del mundo, o un tipo que se dedica a observar y describir a los que le rodean en el tren; ves el producto de quince mil millones de años de evolución, desde la nada hasta un ser tan complejo y, a su manera, tan perfecto, que es capaz de soñar sin tener ni idea de cómo lo hace, de fabricar coches para desplazarse rápido o matarse de golpe, de ayudar o delinquir contra gente que nunca tendrá a menos de mil kilómetros de distancia, y sobre todo, de ver algo en un espejo y saber decir "eso soy yo".

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