jueves, 7 de agosto de 2008

Incomunicación

Pero un día te volví a ver a escasos metros. Me miraste por un segundo, y luego apartaste la mirada, haciendo como si no me hubieras visto. Pero la propia culpabilidad te pudo; me volviste a mirar. ¡Fallo! Habría picado, de no ser por tu inseguridad.
Pensé en acercarme y hablar, pero para qué. Al fin y al cabo yo no tenía nada que decir, ni tú nada que escuchar; y peor aún, al revés. Ambos teníamos, además, quien nos escuchase y quien nos hablase, en otras palabras, teníamos las posibilidades de comunicarnos con otros. Tú, bien atendida. Yo, bien atendido.
Y sin embargo, no podía dejar de desear, y alimentar, ese silencio. Y me consta que tú tampoco.
Me miraste una tercera vez, esta vez intensamente, antes de volver a desaparecer, sólo Dios sabe por cuánto tiempo.

No hay comentarios: