martes, 19 de agosto de 2008

El sabor de la felicidad

Bajé los dos tramos de escaleras, crucé la plaza en diagonal. Dos niñas jugando con un gato. Una, la hija de mi vecina; la otra, no lo sé; el gato, de la comunidad. Bajé otro tramo de escaleras, hasta llegar a otra pequeña plaza. Era la segunda puerta a la izquierda...
"Una clara, por favó; y un sangüi mitto" - El que pronunciaba estas palabras era yo. Me senté en un corrillo con otros tres vecinos. Hablaban de ... bueno, no me acuerdo de qué. Pero cosas de vecinos. Tomarme una copa con mis vecinos... era algo que, sí, era de lo más natural, pero tenía un sabor a exótico para mí. No sabría decir por qué.
Risas, bromas, alguna mirada cómplice a la mesa de al lado. Como cualquier tarde. Sí, se podía decir que estaba cómodo, que podía resumir el momento en la palabra "felicidad". Quien busque la felicidad en algo complejo, se equivoca.
Pero entonces, me levanté, subí en uno el nivel del ventilador, tenía mucho calor. Y me quedé congelado. No habían vecinos, no había tarde, no habían mesas, no había clara, ni sandwitches mixtos. Estaba mi cama, la oscuridad, el ventilador y un despertador que marcaba las 4 y media de la mañana (hora arriba, hora abajo).
La felicidad está en las cosas sencillas; tan sencillas com un bar debajo de mi casa. Por eso no soy feliz del todo.

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