viernes, 6 de enero de 2006

En las afueras de la Felicidad

Llueve ahi fuera. Las gotas chocan contra el cristal del coche, pero vuelven a volar;
salen disparadas hacia atrás. Voy rodando sobre el agua, dejando detrás de mí una nube, eclipsando mi pasado.
De lo hecho me separan litros de gasolina, de lo dicho, vueltas y vueltas del cuentakilómetros, de lo visto,
toneladas de negro asflato.
Han pasado a mi lado llanuras vacías, montañas que amenazaban con derrumbarse, túneles excavados en el seno del infierno, sin un final a la vista. Sobre mí ha caído la furia de los cielos, el silencio del día, y el calor de las estrellas.
Poco a poco, lentamente, aparecen y pasan a toda velocidad las primeras señales de civilización. ¿Estoy llegando a algún sitio?
Carteles luminosos anunciando no sé qué, vallas publicitarias con no sé cuántas fantásticas ofertas. Otros coches, civilizados, que dejo atrás no mucho más lentamente que a las gotas de agua.
Hasta donde alcanza mi vista, a través de la lluvia, se extienden los vestigios de la vida, una vaga vida de carretera, poblada por viajeros y conductores, conducidos y transportistas, transportes y mercancías; sin mercados, sólo gasolineras y paradores.
El reloj marca las 3 de la madrugada, el velocímetro marca 190. Cada segundo que pasa lo dejo atrás en un segundo, y en una hora queda a cientos de kilómetros.
Y detrás de una curva, a través del agua, aparece majestuosa la Ciudad. Brillantes luces adornan enormes edificios. Los parques están iluminados por la Luna, que ilumina a enamorados y soñadores. Los neones esconden risas, bailes, historias ... Al ritmo de la ciudad, la vida bulle, la paz se impone por las armas de la armonia y el fuego de la dulce frivolidad. Sí, ahí es donde quiero estar, en esa ciudad, no me importa ser un lotófago, olvidarme de lo que hay fuera para siempre.
Y ante mí se abre la puerta de la ciudad; y no estoy ya más en las afueras... La traspaso, y mi vista se sumerge en un mar de belleza, mis oídos se inundan de cantos de sirenas, y mi boca saborea la dulzura del aire. Me olvido de todo, el tiempo se ha detenido.
Pero no el coche, sigue corriendo por calles y boulevards, ante la mirada atónita de los transeúntes que ven perturbada su tranquilidad.
Me estoy dirigiendo a la salida, no puedo evitarlo ya, el coche no me obedecerá. ¡No quiero perder esto que tengo! Una vez que he llegado no quiero irme. Pero no hay remedio.
Más allá de la puerta, puedo sentir el calor. Más allá de la puerta veo la luz. Más allá veo las cenizas, la destrucción. Más allá rugen los fuegos del Averno.
¿Para qué tenerlo todo para volver a tener nada?
Despues de todo es la parte que me ha tocado. Seguiré corriendo para llegar a algún otro lugar,
a través del mismo infierno, si el camino me conduce allí...
Los demonios que dejo atrás se sorprenden al oír una carcajada siniestra brotar de un vehículo que
se sumerge en las llamas a una velocidad endiablada, y deja a su paso una estela de cenizas y huellas de neumáticos cuyos dibujos han desgastado la distancia, la velocidad y el tiempo.

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