domingo, 15 de febrero de 2009

Ocaso

Una última puesta de sol, la puesta de sol perfecta, sin ningún otro sonido que el de las olas chocando contra la orilla. Luego, tierra adentro, un lugar donde disfrutar de una última noche perfecta. Donde poder observar las estrellas en un cielo impoluto. Sin luna, sin nubes, sin ese halo luminoso de la civilización. En silencio, escuchando el latido de mi propio corazón, el silbido de la sangre que atraviesa mi tímpano.
Rememoraré todos los momentos que, saturado de compañía, quise pasar a solas. Repasaré los errores, los éxitos, un resumen en una línea de mi vida. Escribiré esa línea con piedras sobre el suelo del desierto, y la leeré de todas las formas posibles; con desprecio, con orgullo, con ingenuidad, con seguridad, sin prejuicios. La aprenderé de memoria; será lo único que conservaré. Y entonces habré dejado atrás todo, habré terminado mi camino, habré cumplido todos los objetivos, y escrito el informe (esa frase) y quemado los borradores (todo lo demás).
Entonces podré volver al mar, a la barca que habré dispuesto, para navegar a los manglares. En esa barca podré tumbarme, y poner la música en el mp3 (o lo que la tecnología permita para entonces), la música del santur. Alcanzaré el éxtasis por una última vez, y esta vez, para no volver a tomar contacto con el mundo. Será la manera perfecta de alcanzar el paraíso.
El nuevo sol saldrá, y quedará una frase escrita en el desierto, esperando ser descubierta. Y quizás, alguien nazca en algún lugar del mundo ese día. Alguien que, en una frase, tenga el conocimiento innato de una gran verdad.

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