viernes, 23 de mayo de 2008

Sucesión

Decía alguien, no sé si en la vida real o en un sueño, que lo único triste de ver llegar la primavera cada año, era ver seis meses antes cómo se acaba el verano.
Y ahora, a estas horas que estoy también con un pie en la vida real y otro entre los sueños, con un chupito recién tomado (es la única solución a mi alergia a un agente primaveral desconocido), creo que acabo de encontrarle sentido a esa frase.
Y es que la vida, al fin y al cabo está sujeta a ciclos, invariablemente. Sabemos esto desde la antigüedad, y por eso inventamos los días y los calendarios. Las revoluciones, las guerras, los imperios. Las modas, las leyendas urbanas. Todo surge en su primavera, brilla en su verano, decae como las hojas en el otoño y desparece fríamente en su invierno.
Y no es sólo en la naturaleza, o en la sociedad, sujetas a las leyes de la física y la estadística. Las personas, sujetas a nuestras propias normas, también vemos cómo las cosas se repiten una y otra vez en nuestras vidas.
Los amigos, los amores, las épocas buenas, las épocas malas, el ocio, el negocio... oscilan constantemente, y cuando parecen haberse resuelto, se vuelven a complicar.
Sin embargo, nada se repite por repetirse. Una repetición no es igual que la anterior. El siguiente ciclo no es el mismo ciclo, es el ciclo que sucede a este ciclo. La rueda da muchas vueltas, pero avanza, no se queda quieta en el mismo punto.
En la vida, a base de repetir lo mismo, se acaba viviendo todo...

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