domingo, 20 de mayo de 2007

El hombre que iba siempre a la derecha

Cuando uno coge todos los días el tren, ve muchas caras, que con el tiempo se vuelven habituales. A la mayoría de esas caras, uno no llega a ponerles voz, porque simplemente nunca les habla.
Entre esas caras mudas había un hombre. Usaba unas gafas de pasta marrones, que corregían los defectos de unos ojos también marrones. El tiempo había segado la mayor parte de su pelo, pero el que quedaba era intensamente negro. Durante todo el viaje, este personaje siempre leía. De vez en cuando miraba a la gente que entraba en las estaciones del camino. En resumen, era una persona modesta en la que nadie nunca se fijaría.
De no ser porque hace algún tiempo yo me senté justo en frente suya. Él estaba sentado en el asiento de la derecha, junto a la ventana. En todo el viaje, nadie se sentó a su lado. Incluso había gente de pie, pero nadie se dio cuenta del asiento libre. Yo apenas le di importancia al asunto, pero me pregunté qué tenía de repelente aquel hombre. En todo caso, podría ser parte del mobiliario, pero no un elemento molesto.
Al día siguiente él estaba sentado al lado de la puerta, en el asiento derecho. Yo me senté a varios metros, pero de vez en cuando eché un vistazo, y en ningún momento el asiento libre fue ocupado. Cuando llegamos a la última parada, el hombre salió el primero. Salió por el lado derecho de la puerta, y los demás viajeros salieron detrás de él y su hueco.
Día tras día, me fijé en que este hombre siempre iba a la derecha de un asiento libre. Incluso a veces me fijaba antes en el hueco y luego en el hombre, pobre e insignificante diablo.
Consiguió suscitar mi interés, tanto, que un día de esta semana, decidí seguirle después de salir del tren. En la bulliciosa muchedumbre de la estación, el personaje iba en un claro, como siempre, ligeramente desviado hacia la derecha.
Pasó por el segundo torniquete, y a su derecha pasaron otras dos personas, pero nadie salió por el que quedaba. Subiendo las escaleras mecánicas, se apoyó en el pasamanos del lado derecho. Una persona que subía con mucha prisa, adelantando a los demás, le pidió paso, y el hombre le dejó pasar por su derecha. El hueco apenas se redujo.
Ya en la calle, el vacío le rodeó por todos los lados, pero aun así, el hombre sorteaba los obstáculos a un metro, sólo si pasaba a la derecha de estos. El resto de la gente, de una manera u otra, respetaba aquella distancia. La repartidora del 20 minutos, la de ADN, la de Qué, la de Metro, la repartidora de publicidad, el hippie que repartía propaganda de IU... todos alargaban la mano para darle lo que tuvieran que darle sin acercársele.
Le seguí hasta que vi que entraba en un autobús, el número 25, que estaba ya medio lleno (según un pesimista) o medio vacío (según un optimista). Cuando la conductora le vio poniéndose a la cola, abrió las dos puertas, pues hasta entonces sólo estaba abierta la de la derecha. Sólo observé que subió por el lado de la derecha, picó su billete dos veces y se sentó al final del todo, en un asiento doble, de espaldas a la marcha. En el lado derecho y solo. Abrió de nuevo su libro y siguió leyendo, ajeno a que alguien le observaba. El autobús arrancó y se fue.
¿Qué o quién es ese hueco? ¿Un fantasma? Sea lo que sea, la clave está en el modesto personaje que siempre va a la derecha.
¿Qué creéis vosotros que es el hueco?

No hay comentarios: