lunes, 23 de abril de 2007

El cuerpo de Luis Ramón del Bosque

Bajaba andando pensando en mis cosas cuando escuché la furgoneta acercarse y llamar mi atención con un bocinazo. Era un vecino. Me ofreció subir.
- ¿A dónde vas?
- Voy a Fuengirola
- Yo también voy, sube.
No tenía ganas, pero justo en ese momento pasó el tren, con cinco minutos de adelando, arrollando la excusa que hábilmente tenía preparada (y que más que excusa, era verdad). Subí.
-¿Qué tal?
-Bien, aquí, que iba a Fuengirola y te he visto.
-Sí, iba a ir en tren, pero parece que no funcionan muy bien.
Se hizo el silencio; a decir verdad, no sabía muy bien qué decir. A pesar de que era mi vecino nunca me había parado a hablar con él, y ahora tampoco sabía muy bien de qué hablar. Tampoco es que él fuera muy buen interlocutor. Éramos ambos personas calladas. Entonces mi vista topó, a través del retrovisor con un bulto negro que había en la parte trasera de la furgoneta. Me volví a ver qué era. Medía algo más de metro y medio, y de hecho tenía la inquietante forma de una persona. Volví a mirar al frente, aparentando no darle mayor importancia.
- Ha llovido mucho estos días ¿Verdad?
-Si, bastante. Tenía algunos asuntos pendientes, y no he podido hacer nada hasta hoy.
Volví a mirar hacia atrás. Como a mi vecino parecía no importarle. Esta vez miré atenta, detallada y descaradamente. Efectivamente, tenía la forma de una persona. Me fijé mejor y ví que desde un lado de la lona negra, asomaba lo que parecía un dedo. ¡Dios mío! ¿Dónde me había metido?
Uno siempre piensa que estas cosas sólo pasan en la televisión, en las películas, en las pesadillas y en los malos relatos, pero no sabe qué es vivir tan cerca de la muerte hasta que lo vive y teme por su propia vida. En los primeros segundos, justo cuando pude resolver que mi vida estaba en peligro, se me pasaron muchas ideas descabelladas por la cabeza, como saltar del coche o atacar a mi vecino antes de que lo hiciera él. Pero eran cosas que no podía hacer, pues estábamos en la carretera y a una velocidad considerable. Lo que más me llamaba la atención (despues del hecho de que mi vecino era un asesino) era que a él todo le traía sin cuidado. Seguía atento a la carretera. Admirable, si eres uno de los directores o altos cargos de la DGT, pero incomprensible para una persona normal. Empecé a sudar, a ponerme nervioso.
-¿Te pasa algo?
-¡NO! No, qué va. Sólo tengo un poco de calor. Pero estoy bien; ya sabes... yo estoy vivo.
Solté una risa nerviosa. Puso la cara que tantas veces pone la gente cuando cuento un chiste malo. Me agarré a la asa que había encima de mi ventana. Eso me protegería, o eso pensé en ese momento.
Al rato, mi vecino tomó una salida que no llevaba a Fuengirola. Esperé un momento, tomé aire.
-¿A dónde vamos?
-Ah, perdona, ¿no te importa que vayamos antes a un sitio? Tengo que ajustar unas cuentas.
-Unas cuentas, claro.
-No tardo nada. Desde luego menos que si fueras en tren. Entre esperarlo y lo que tarda en llegar... es mortal. ¿A que sí?
¿Alguien se atrevería a llevarle la contraria? Nos adentramos en una calle flanqueada por altos y oscuros árboles, que emergían sobre los muros de chalés ocultos y aislados, sin entradas visibles. Luego, los árboles y los chalés acababan, y llegamos a una enorme urbanización de la que sólo la mitad había empezado a construirse, aunque probablemente ya no quedaran propiedades en venta. Nos paramos frente a lo que algún día sería el Residencial Playa Lejana, llamado así probablemente por que estaba lejos de la playa. De momento era sólo un agujero de cuatro o cinco metros de profundidad. Paró el motor y me miró un instante.
-Vuelvo en un momento.
Sacó la llave y bajó del coche. Se fue a la puerta trasera de la furgoneta y buscó algo bajo la lona negra, algo así como una herramienta o similar. Luego la llevó a una caseta prefabricada que había cerca. Yo observé hasta que entró en ella. Y en ese momento me volví atrás para levantar la lona. No era fácil, pues no la tenía tan al alcance de la mano. Noté que aún me aprisionaba el cinturón de seguridad. Pero para cuando me lo hube quitado y me disponía a ir por el segundo asalto, ví que salía de la caseta. ¡Mierda! Rápidamente me reincorporé a mi asiento, llevándome por delante varios objetos que había colocados detrás del cambio de marchas. Me quedé con un papel en la mano, pero no tenía tiempo de soltarlo. Me puse el cinturón rápidamente. Tan aturdido estaba que no me daba cuenta de la estupidez de mi actitud, pues mi vencino podía darse cuenta perfectamente de mi alteración. Era evidente que ya debía saber que me había dado cuenta, y era evidente que tendría que deshacerse de mí de algún modo. Pero el cabrón era muy buen actor, pues realmente parecía que no supiera nada del tema.
-Mira, que he estado pensando, y creo que me bajo aquí y me voy andando. Quiero tomar un poco el aire.
Justo en ese momento cayó una gota gorda encima de la luna delantera. Y luego otra, y otras dos más. ¡Pero es que esto no iba a acabar nunca!
-Mejor te llevo yo.
-Visto lo visto...
Se me hizo eterno, pero al final llegamos a Fuengirola. No me moví de mi sitio en todo el camino. No solté mi rodilla derecha, que tenía cogida con la mano derecha, ni el anclaje del cinturón y el papel, que tenía cogidos con la mano izquierda.
-Bueno, ¿dónde te dejo?
No comprendía su estrategia. Me iba a dejar ir sin más. Quería confundirme y hacerme pensar que nada de lo que había visto era real. Lo tenía tan bien montado que podía permitirse testigos. No, mi cabeza no era capaz de dar con su táctica; pero seguro que era muy buena.
- Aquí mismo esta bien.
-Bien, yo también me bajo aquí cerca, así que si quieres te dejo un poco más...
-¡No! Déjame aquí, por favor. Y muchas gracias por el viaje.
-Como quieras.
Se paró y me bajé. Exactamente como si fuera un viaje normal y corriente. Me quedé quieto, viendo cómo se alejaba lentamente para pararse de nuevo unos cincuenta metros más adelante y aparcar. Me fui en la dirección contraria. Miré el papel, que aún no había soltado. Era una tarjeta de visita.

Maniquíes Luis Ramón del Bosque:
Realistas y de medidas naturales.
Fuengirola. Tlf: 95258xxxx Fax: 95258xxxx

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