viernes, 20 de abril de 2007

Estás hablando solo, Emil

Logré controlar mis nervios sin mucha dificultad, mostrarme seguro de mi mismo, de mis posibilidades y de los pingües beneficios que podrían obtener con mi ayuda. Supe responder bien a cada una de las preguntas que me hizo mi entrevistadora; de hecho hizo justamente las preguntas que tenía previsto que hiciera. Pero la última pregunta de la que tendría que ser mi futura jefa, la hizo con un tono un tanto enigmático.
-Disculpe, ¿me puede repetir su nombre?
-¿Cómo no? Mi nombre es Emil, E EME I ELE.
-Bien. Estás hablando solo, Emil.
Recogió sus papeles, se levantó sin mirarme y salió por una puerta que hasta ese momento no había visto.

La escena me dejó un tanto perplejo, así que, en todo el camino de vuelta, estuve dándole vueltas. Por eso, cuando el revisor del tren de cercanías, al cual conocía, me preguntó por mi vida, se la conté con pelos y también con señales. Me escuchó atentamente, esperando que terminara para darme su sabio consejo. Sin embargo, cuando hube callado, me miró con condescendencia y se levantó del asiento. Antes de cerrar la puerta que conducía al otro vagón, se dio la vuelta y me dijo
-Estas hablando solo, Emil.
No sé por qué, pero esta respuesta casi no me sorprendió. Algo en el aire me empujaba inevitablemente a que escuchara esa frase en ese momento.

Decidí despejarme un poco. Por ello, me bajé una estación antes de la mía, y fuí a visitar a un buen amigo a su trabajo. Esperé hasta la hora de su descanso, y nos fuimos a tomar el café de la media mañana. Hablamos de los otros colegas, de la falta de tiempo libre, de mujeres, de la posibilidad de salir el fin de semana... En fin, lo que se dice una agradable charla. Al final, se hizo el silencio. Puso sobre la mesa los ochenta céntimos de su café, se levantó, me miró un momento y me dijo:
-Estás hablando solo, Emil.
Me quedé pensativo unos cinco minutos. Finalmente, saqué mis ochenta céntimos y pagué la cuenta.

Y absorto seguía por la tarde, cuando la encontré. Esta vez fue ella la que me despertó de mis viajes por el mundo interior. Le conté que tenía un día extraño, pero no dí detalles. Todo esto comenzaba a tomar un cariz un tanto siniestro. Me contó su día, que se parecía al anterior y al siguiente. Cada vez la encontraba más complaciente. Tan complaciente, que cada vez me complacía menos. Pero a pesar de sus intentos de aparentar interés, nos quedamos sin tema de conversación. Y de nuevo el silencio tan característico de ese día. La miré atentamente, esperando que hablara. Ella evitó mirarme. Prefería mirar a algún punto perdido en el otro lado de la calle, o quizá a través de los edificios. Tiró el cigarrillo que tenía en las manos al suelo. Y como si yo no estuviera ahí, me dio la espalda y se marchó. Mientras se marchaba me gritó:
-Estás hablando solo, Emil.

Y es que, muchas veces, conocemos unos pocos rasgos de las personas. Con el tiempo nos hacemos una imagen de ella, construimos un molde y de él damos vida a un personaje. Un personaje que tiene los rasgos que nosotros creemos que debe tener. Luego empezamos a tener espectativas, le pedimos responsabilidades por lo que la persona real haya hecho, y esperamos que ésta última se comporte como lo haría su personaje.Cuando no lo hace, nos perdemos, no somos capaces de entender por qué. Llegado el momento, conversamos con él. Le preguntamos y él nos responde, tiene una vida propia centrada casi siempre en nosotros, creamos una historia para él, ignorando las circunstancias que no conocemos. Y sin embargo, es una conversación entre nosotros, y un personaje creado por nosotros. Al final, hablamos solos.

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