sábado, 8 de octubre de 2005

Lea Esto

El cielo estaba despejado, pero aun asi era un dia gris. En el parque bullía la vida por doquier; niños corriendo y asustando a las palomas, viejos dando de comer a los patos... ni más ni menos que lo que uno esperaba encotrarse en un parque.
Y cada mano hasta donde alcanzaba mi vista sostenía una lata. Pero ninguno parecía darse cuenta. Es más, miré y encontré una en mi propia mano; no había reparado en ella hasta ese momento.
Algunas dudas comenzaron a asaltar tímidamente mi mente; ¿de dónde venía aquella lata? ¿Y todas las demás? Le dí un sorbo a la bebida que contenía. Era dulce y gaseosa, pero no sabría identificar el sabor con nada "del mundo real".
¿Qué era?
Caí en la cuenta de que todo aquello era absurdo. Quiero decir, todos teníamos la lata y bebíamos de ella, sin saber cómo y cuándo llegó a nosotros ni qué tenía dentro. Y sin embargo nadie nos obligaba. Al menos no a mí. ¿Por qué iba nadie en su sano juicio a comprar algo que ni conocía ni necesitaba?
Bueno, quizás estaba pensando demasiado. Eché un vistazo a mi alrededor. Todo vivo... pero seguía habiendo algo en aquel ambiente que no me encajaba. Un punto de antinaturalidad, de falsedad.
Instintivamente dí mi último sorbo a la lata y la tiré en el contenedor de latas, que a esas horas de la mañana ya estaba lleno. Al salir, aún no había reparado en el mastodonte de hierro que se alzaba en el mismo centro del parque, un inmenso cartel rojo, que en letras blancas contenía un breve, sencillo, directo, pero a la vez efectivo mensaje: "Beba CocaCola"

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