viernes, 10 de febrero de 2006

Un árbol

Dicen que en las afueras de cierta ciudad, hay un pequeño jardín. Y aún más, en ese jardín, dicen, hay un árbol. Un extraño árbol, igual que cualquier otro, pero con un misterioso encanto o encantamiento. Y es que afecta profundamente a todo aquel que lo observa durante un rato. Se cuenta que a menudo pueden verse personas pasando tardes enteras observándolo, embelesadas, y que después de varias horas se levantan con una sonrisa enigmática pintada en la cara, y se marchan con la mirada aún perdida en un mundo aparte.
Carcomido por la curiosidad, decidí ir a la nombrada ciudad, y una vez ahí busqué el árbol.
Al principio me costó entender. Incluso creí que hacía el ridículo ahí sentado frente a un árbol, a un par de metros, mirando fijamente; pero ví que a ninguno de los transeúntes le llamaba la atención.
Pero ... ¡no era más que un árbol! ¿Por qué tanto revuelo por un árbol? Decidí desconfiar de mi primera impresión y seguí observando fijamente. Un tronco sólido brotaba de la tierra frente a mí. Por encima de mi cabeza se dividía en ramas, ramas que cada vez se hacían más finas, y todas ellas terminaban en hojas verdes y limpias.
Con la mirada y sobre todo con la imaginación, seguí el recorrido desde el suelo hasta una hoja. El tronco ascendía en línea recta y firme, con seguridad. A continuación se bifurcaba en dos ramas robustas. Escogí una y seguí subiendo por ella. Ésta a su vez se dividía en otras tres ramas más finas. Seguí escogiendo ramas y subiendo; y de repente, sin ningún aviso previo, llegué a una hoja; había llegado al final del camino. Más arriba no había árbol.
Había seguido un camino, y dejado atrás varios cientos de ellos. ¿Cómo saber desde el principio que iba a acabar en esa hoja? ¿Acaso importaba? Lo que sabía seguro, era que al final llegaría a una, y que más allá no había árbol.
Y entonces caí en la cuenta de algo que no había visto antes. El árbol no era lo único que podía ver. Debajo de él, había suelo, mucho suelo. Y ese suelo se extendía muy por debajo de sus raíces. Y el mundo no terminaba en sus hojas; por encima de ellas había mucho cielo. Incluso más que tierra.
No necesitaba ver nada más. Tierra abajo y cielo arriba; y en medio un árbol, alimentándose del suelo, y luchando por alcanzar el firmamento.
Eran la imagen del pasado, y del futuro, y en medio, un presente; una vida breve, que se alimenta de su pasado y tiene un futuro incierto. Pero lo cierto es que esa vida se extingue; en unas hojas que alimentan de oxígeno el aire; asegurando un futuro para las generaciones venideras.

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