jueves, 11 de noviembre de 2010
De la capacidad de sorprenderse
El ser humano es curiso por naturaleza; es su vida la que le obliga a ser "responsable"; a centrar sus energías únicamente en poder sobrevivir en un mundo duro y violento.
Desde que nacemos, y durante toda nuestra infancia, observamos y aprendemos. Observamos aquello que nos llama la atención, y aprendemos, mediante la exploración de lo observado, a entender nuestro entorno. De hecho, somos niños porque aún no tenemos un entendimiento completo del mundo que nos rodea. No aprendemos porque somos niños; somos niños porque aprendemos. Y todo ese aprendizaje, aparte de por la presión de los adultos, nos viene de nuestra naturaleza curiosa. Queremos saber. Queremos saber por qué llueve. Queremos saber por qué brilla el Sol. Queremos saber por qué el cielo es azul de día y negro de noche. Queremos saber en qué piensan los perros. Queremos saber qué pasa cuando llueve en el desierto. Queremos saber qué había antes de que existieramos los seres humanos. Queremos saber, queremos conocer, porque hay tanto que nos maravilla, hay tanto que parece mágico, hay tanto que nos sorprende ...
Sin embargo, la mayor parte de las respuestas que obtenemos de los adultos, es "porque sí" y cosas similares. Nos enseñan que lo importante está en los planes de estudio; lo que los profesores consideran importante. Fuera de eso, todo son distracciones. Y conforme vamos perdiendo esa capacidad de preguntar, de sentir curiosidad y admiración por las maravillas del mundo, vamos madurando. Vamos ganándonos un hueco en el mundo adulto, un lugar donde asentarnos y pasar el resto de nuestras vidas.
Caemos en la rutina, en el ciclo del tiempo y del dinero, en lo mundano, en "lo realmente importante". Nos volvemos idiotas. Nos centramos tanto en sobrevivir que nos olvidamos de dejar una huella en el mundo; de seguir explorando, de llegar allá a donde nadie lo ha hecho. La curiosidad es el motor de nuestro progreso como especie. Es lo que nos proporciona conocimientos. Igual que nuestra curiosidad cuando somos pequeños nos ayuda a descubrir el mundo como individuos, nuestra curiosidad como especie nos ayuda a descubrir el Cosmos. Y sin embargo, la mayoría de nosotros estamos aquí, preocupados asuntos minúsculos, como las hipotecas o el empleo. Invenciones humanas que aquel niño que fuimos no es capaz de entender y tampoco tiene demasiado interés en entender.
Y así, mientras la vida pasa, mientras trabajamos, consumimos, trabajamos, consumimos, trabajamos, consumimos, en otro lugar del universo, un nuevo mundo nace de las cenizas de una estrella. Una estrella explota a una escala titánica, y brilla más que el resto de su galaxia, se convierte en una supernova. Su galaxia cae lenta, pero inexorable y violentamente hacia un mega agujero negro, donde el Universo acaba y se convierte en Otra Cosa. El Sol, la Tierra, la Luna y los demás planetas, planetas enanos, asteroides y cometas del Sistema Solar danzan lejos de toda esa violencia. Y un niño, curioso, se pregunta qué son todos esos puntos de luz que brillan en el cielo de la noche.
Y hay que entender; que para seguir viviendo, seguir creciendo siempre, y eventualmente hacer algo por el mundo, nunca debemos perder nuestra capacidad de maravillarnos, de hacer preguntas, de dejarnos sorprender por aquello que nada tiene que ver con nuestro quehacer diario. Aquello que querremos entender, y que si llegamos a entender, tan sólo saciará brevemente nuestras ansias de conocimiento, aunque no sacie nuestra hambre.
lunes, 26 de julio de 2010
La locura
Palabras, palabras y más palabras, me creí todas. Gestos bonitos, recuerdos, por desgracia, imborrables. Dejaste tu huella, y yo me lo creí. Tantas horas vividas juntos, tantas promesas, tantas bromas, y yo me las creí. También aparecieron los malos momentos, como en todo, pero aparecieron soluciones limpias y reconciliaciones dulces, y yo me las creí. Y luego todo cambió de la noche a la mañana. Por una vez tardé en creérmelo. Y quiero llegar a no creérmelo nunca.
lunes, 28 de junio de 2010
Las monedas no valen nada
Las monedas no valen nada, pero aun así la cojo. Quién sabe, puede ser el pico que me falte para comprar un chicle alguna vez. Además, recuerdo que una vez, una chica casi inculta de mi clase (¡en primaria!) dijo una vez que rechazar una moneda encontrada daba mala suerte… Menuda es la mente humana. No me caía bien esa chica; no por nada que tuviera en mi contra, sino porque era tonta de remate. Y no sabía leer… con diez años. Como la mayor parte de mi clase, por otro lado. Y a pesar de todo, mi mente había absorbido esa estúpida relación entre dejar pasar el dinero y la mala suerte. Así que me agacho y recojo la moneda que otro probablemente haya despreciado conscientemente. Cinco euros más en mi cartera.
martes, 18 de mayo de 2010
Crisis creativa
Se nota en el mismo título de la entrada. Uso una palabra que está de moda y que ronda por mi cabeza porque ronda por el medio en general. Tengo una crisis creativa. ¿Sabéis qué? Ni siquiera soy capaz de encontrar una canción en condiciones para escuchar mientras escribo esto. Bueno ya está, ahora mismo suena "They don't care about us" de Michael Jackson. Os la recomiendo, por cierto.
Ha sido un día aburrido como pocos. No sé ni por qué estoy escribiendo esto, tengo cosas mejores que hacer que entreteneros. Debería estar buscando algo que comer ahora mismo, pero la puñetera isla tiene Wifi, mi punto débil.
Wifi era precisamente lo que tenía el autobús número 20, y mientras tranquilamente estaba refrescando por décima vez mi bandeja de entrada, un coche se empotró contra mi ventana, quedando el símbolo de Opel a apenas diez centímetros de mi auricular derecho. El conductor salió despedido y cayó dentro del autobús, dándome involuntariamente una tremenda colleja en mitad de su vuelo. Me dolió. El hombre se levantó y se limpió los cristales del jersey. Y se acercó a una chica de unos cuarenta años. "Perdona, ¿esto es el barrio de Teatinos? Me han dicho que hay un Caja Madrid por aquí" La chiquilla dijo que no con la cabeza y siguió leyendo su Cosmopolitan. En esto el conductor del autobús se acercó y echó al intruso, diciéndole que si no tenía billete, que se largara. Y el autobús continuó su marcha. El resto está un poco borroso, porque me quedé dormido, o estaba navegando intensamente por Internet, no distingo bien...
Lo siguiente que recuerdo es que me desperté en el asiento del tren; supongo que habría llegado ahí con el piloto automático, totalmente inconsciente. Lo único que había cambiado respecto a la rutina eran los asientos del tren, curiosamente más cómodos que de costumbre. Y el tren era curiosamente más rápido de lo habitual. Y el revisor que me había despertado me miraba con una cara curiosamente más mosqueada de lo habitual. Me dijo que la siguiente parada, en un lugar perdido del interior de España, llegaría en cinco minutos, y tenía que bajarme ahí; que cómo pretendía viajar en AVE y en primera clase con un abono mensual de tan sólo 4 zonas del Cercanías y que ya me valía.
Así que ahí estaba, en plena llanura, en un apeadero dejado de la mano del plan E. En tan sólo cinco minutos, el tren desapareció en el horizonte... alta velocidad; como corría el desgraciao. Ahora entendía lo de que nuestra querida Península se está desertificando. Lo más vivo que había en mi campo de visión era un avión que volaba a 11000 pies de altura, un lagarto y una bola de hierbajos secos. Asco de vida. Tenía hambre. Bajé de la plataforma del apeadero y empecé a andar por las vías. No contaré en detalle lo que pasó en las dos horas siguientes porque os aburriría; resumiendo muy mucho, andé por el desierto, llegué a algunos sitios, hable con alguna gente y tras algunos trueques y trampas me hice con un zepelín.
Un zepelín con Wifi, claro. Así que cuando tuve la ruta ajustada, entré nuevamente en Gmail y revisé mi correo. Estuve un rato navegando y la verdad es que nuevamente aquí tengo una laguna, no recuerdo qué pasó. Cuando aparté la vista de la pantalla del portátil, ví que fuera era de noche, y que de hecho había aterrizado; mejor dicho, me había estrellado. Alguien había encendido un fuego y puesto comida para mí, justo al lado del dirigible. Vi a algunas personas. Sean quienes fueran, eran muy poco pacientes, pues no me habían esperado; se habían comido su parte de la comida, y estaban durmiendo. Tenían pinta de salvajes, por la ropa extremadamente naturista que vestían.
Bueno, de esto hace unos minutos. Comí; era carne de algún animal a la barbacoa, y me volví aquí; donde la inspiración no me dice nada. Tengo un blog que quiero revivir, pero no tengo nada que contar. Estoy en una crisis creativa. Perdonad, no se me ocurre nada mejor que contar que lo que he hecho en el día, justo el tipo de blog que me prometí a mi mismo que nunca iba a tener.
En fin, buenas noches para los que sigáis con horario peninsular. Aquí ya está amaneciendo, a las notas de "Děkuji" de Karel Kryl.
Ha sido un día aburrido como pocos. No sé ni por qué estoy escribiendo esto, tengo cosas mejores que hacer que entreteneros. Debería estar buscando algo que comer ahora mismo, pero la puñetera isla tiene Wifi, mi punto débil.
Wifi era precisamente lo que tenía el autobús número 20, y mientras tranquilamente estaba refrescando por décima vez mi bandeja de entrada, un coche se empotró contra mi ventana, quedando el símbolo de Opel a apenas diez centímetros de mi auricular derecho. El conductor salió despedido y cayó dentro del autobús, dándome involuntariamente una tremenda colleja en mitad de su vuelo. Me dolió. El hombre se levantó y se limpió los cristales del jersey. Y se acercó a una chica de unos cuarenta años. "Perdona, ¿esto es el barrio de Teatinos? Me han dicho que hay un Caja Madrid por aquí" La chiquilla dijo que no con la cabeza y siguió leyendo su Cosmopolitan. En esto el conductor del autobús se acercó y echó al intruso, diciéndole que si no tenía billete, que se largara. Y el autobús continuó su marcha. El resto está un poco borroso, porque me quedé dormido, o estaba navegando intensamente por Internet, no distingo bien...
Lo siguiente que recuerdo es que me desperté en el asiento del tren; supongo que habría llegado ahí con el piloto automático, totalmente inconsciente. Lo único que había cambiado respecto a la rutina eran los asientos del tren, curiosamente más cómodos que de costumbre. Y el tren era curiosamente más rápido de lo habitual. Y el revisor que me había despertado me miraba con una cara curiosamente más mosqueada de lo habitual. Me dijo que la siguiente parada, en un lugar perdido del interior de España, llegaría en cinco minutos, y tenía que bajarme ahí; que cómo pretendía viajar en AVE y en primera clase con un abono mensual de tan sólo 4 zonas del Cercanías y que ya me valía.
Así que ahí estaba, en plena llanura, en un apeadero dejado de la mano del plan E. En tan sólo cinco minutos, el tren desapareció en el horizonte... alta velocidad; como corría el desgraciao. Ahora entendía lo de que nuestra querida Península se está desertificando. Lo más vivo que había en mi campo de visión era un avión que volaba a 11000 pies de altura, un lagarto y una bola de hierbajos secos. Asco de vida. Tenía hambre. Bajé de la plataforma del apeadero y empecé a andar por las vías. No contaré en detalle lo que pasó en las dos horas siguientes porque os aburriría; resumiendo muy mucho, andé por el desierto, llegué a algunos sitios, hable con alguna gente y tras algunos trueques y trampas me hice con un zepelín.
Un zepelín con Wifi, claro. Así que cuando tuve la ruta ajustada, entré nuevamente en Gmail y revisé mi correo. Estuve un rato navegando y la verdad es que nuevamente aquí tengo una laguna, no recuerdo qué pasó. Cuando aparté la vista de la pantalla del portátil, ví que fuera era de noche, y que de hecho había aterrizado; mejor dicho, me había estrellado. Alguien había encendido un fuego y puesto comida para mí, justo al lado del dirigible. Vi a algunas personas. Sean quienes fueran, eran muy poco pacientes, pues no me habían esperado; se habían comido su parte de la comida, y estaban durmiendo. Tenían pinta de salvajes, por la ropa extremadamente naturista que vestían.
Bueno, de esto hace unos minutos. Comí; era carne de algún animal a la barbacoa, y me volví aquí; donde la inspiración no me dice nada. Tengo un blog que quiero revivir, pero no tengo nada que contar. Estoy en una crisis creativa. Perdonad, no se me ocurre nada mejor que contar que lo que he hecho en el día, justo el tipo de blog que me prometí a mi mismo que nunca iba a tener.
En fin, buenas noches para los que sigáis con horario peninsular. Aquí ya está amaneciendo, a las notas de "Děkuji" de Karel Kryl.
miércoles, 12 de mayo de 2010
Empezaba a bajar la escalera hacia la fase REM. El ruido cada vez era menor. Millones de ideas vibraban en mi cabeza cada vez más lento, perdían fuerza y se depositaban formando suaves dunas. Las primeras imágenes de mi inconsciente comenzaban a devorar la realidad, pero aún las últimas conscientes aún no habían salido del escenario. Estaban dedicadas a los planes del día siguiente.
Según hablamos justo antes de separarnos en el autobús, había que estar a las 11. No, a las 12... 11.30. No, era a las 11. A las 11 y a las 12 otra vez. Me hice un lío. Ahora pensaba todo a la vez. Las ideas volvieron a zumbar, a zumbar fuerte. Recobré la consciencia, abrí los ojos y encendí la luz, aunque no estaba preparado aún para esto último.
Intenté recordar la conversación. Mientras el gordo se quejaba de algo de su trabajo, el cabezón y yo intentábamos animarlo hablando del fin de semana. Y hablamos de ir a ese sitio fantástico, para lo cual quedamos en la estación a las 11, 11:30, 12 o en adelante. Me esforcé en recordar algunas palabras que yo mismo pronuncié.
Encendí mi portátil y entré en Google. En el cuadro de texto tecleé las palabras que recordaba y pinché en "Voy a tener suerte". Tras un segundo de dudas, el navegador me redirigió a una página. Ésta era bastante aséptica, sólo contenía letras y un fondo blanco. Y un banner publicitario anunciando "El termómetro del amor". Por lo demás, el encabezado de la página anunciaba algo de un registro oficial, o no se qué de un historial. Sólo pude conjeturar, pues estaba escrito en chino cantonés. Tras el encabezado, la conversación que mantuvimos estaba completamente transcrita (en castellano), incluyendo lo que supongo podían ser la descripción de los gestos (también escritos en chino cantonés, como notas al margen). Bajé, bajé, bajé.... no; seguí bajando. Y por fin encontré la despedida; habíamos quedado en la estación, a las 11 y cuarto. Apagué el ordenador, y volví a la cama.
Según hablamos justo antes de separarnos en el autobús, había que estar a las 11. No, a las 12... 11.30. No, era a las 11. A las 11 y a las 12 otra vez. Me hice un lío. Ahora pensaba todo a la vez. Las ideas volvieron a zumbar, a zumbar fuerte. Recobré la consciencia, abrí los ojos y encendí la luz, aunque no estaba preparado aún para esto último.
Intenté recordar la conversación. Mientras el gordo se quejaba de algo de su trabajo, el cabezón y yo intentábamos animarlo hablando del fin de semana. Y hablamos de ir a ese sitio fantástico, para lo cual quedamos en la estación a las 11, 11:30, 12 o en adelante. Me esforcé en recordar algunas palabras que yo mismo pronuncié.
Encendí mi portátil y entré en Google. En el cuadro de texto tecleé las palabras que recordaba y pinché en "Voy a tener suerte". Tras un segundo de dudas, el navegador me redirigió a una página. Ésta era bastante aséptica, sólo contenía letras y un fondo blanco. Y un banner publicitario anunciando "El termómetro del amor". Por lo demás, el encabezado de la página anunciaba algo de un registro oficial, o no se qué de un historial. Sólo pude conjeturar, pues estaba escrito en chino cantonés. Tras el encabezado, la conversación que mantuvimos estaba completamente transcrita (en castellano), incluyendo lo que supongo podían ser la descripción de los gestos (también escritos en chino cantonés, como notas al margen). Bajé, bajé, bajé.... no; seguí bajando. Y por fin encontré la despedida; habíamos quedado en la estación, a las 11 y cuarto. Apagué el ordenador, y volví a la cama.
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