jueves, 21 de diciembre de 2006

Te acuso

No te acuso de no amar al prójimo. No te acuso de injerir en causas ajenas, ni de echarlas a perder. No te acuso de incumplir tus deudas. No te acuso de ser impuro. No te acuso de odiar a quien es diferente. No te acuso de rechazar la libertad para tí, y para los demás. No te acuso de engañar. No te acuso de robar. No te acuso de matar. No te acuso de ser arrogante, ni de despreciar a los demás. No te acuso de olvidar a quien te recuerda. No te acuso de no pensar en quien piensa en tí. No te acuso de ser un imbécil. No te acuso de buscarte enemigos.

Pero sí te acuso, por todo ello, del peor de todos los crímenes ...
Te acuso de malgastar tu vida.

martes, 3 de octubre de 2006

Perder trenes

Tres minutos. Mira el reloj. Piensa dónde está, y se dá cuenta de que tiene tres minutos para llegar. El tren ya debe estar muy cerca de la estación. La gente dentro se estará preparando para recorrer los pocos metros que les separan de la puerta. Y él está a casi un kilómetro de esa misma puerta. Empieza a correr. A lo lejos ve un semaforo que se pone en rojo. Mal momento para un obstáculo.
Dos minutos: Mira a lo lejos, para ver si el semáforo tiene razón, o es sólo una amenaza infundada. Y ve que esta vez el rojo no indica un derramamiento de sangre. Pasa al lado de él, como si fuera el cartel luminoso de una tienda cualquiera. La calle está concurrida, y tiene que esquivar a mucha gente. Gente que viene en sentido contrario y se aparta amablemente, o no tan amablemente, gente que ni siquiera se aparta, incluso gente que se interpone. Gente que va en el mismo sentido, pero va lenta y se interpone. Madres con carritos, ancianos con ruedas. Personas con bolsas de compras, o con bolsos cargados de lo que pronto serán compras. En fin, personas que si no estuvieran ahí le harían la llegada mucho más sencilla.
Un minuto: Sólo está a unos cien metros de la boca de la estación. De hecho ya la ve. En cualquier momento puede salir un viajero. De momento entran otros dos, con muchas prisas, pero no corriendo. Finalmente, llega, no sin antes haber acariciado con sus manos la carrocería de un coche que casi no le vio pasar. Bajó corriendo las escaleras, en contra de la marea de cabezas, brazos, piernas y troncos que emergían de las profundidades. Cuando la canceladora le devolvió el billete, vio cómo el tren empezaba su marcha.
Treinta minutos: Con la brisa del tren abandonando la estación, empezó a notar el sudor que hasta ahora no le había preocupado. ¡Mierda! Se sentó en el banco a recuperar el aliento. Uno realiza una hazaña que en cualquier otra circunstancia ni se plantearía, y todo lo que le queda es una brisa para enfriar el cuerpo, y un banco donde olvidar el enorme pero inútil esfuerzo que ha hecho. Al principio cuesta descansar, cuando el corazón aún bombea fuerte. Luego cansa descansar, cuando uno piensa lo que aún le queda por esperar. Y al final se cansa de cansarse, cuando se queda tranquilo, porque sabe que los trenes se pierden, pero a la media hora hay otro que para.
PD: Que sí, que ya sé que me repito con los trenes y las estaciones, pero paso al día unas dos horas en trenes o estaciones. A la larga, eso significa el 8% de mi vida. Y para colmo, el único 8% en el que no tengo nada que hacer...

domingo, 1 de octubre de 2006

El día

Me levanto de la cama. El mismo despertador de siempre, el que me ha despertado toda mi vida, cumple con su propósito una vez más, como si hoy fuera un día cualquiera. Las sábanas caen al mismo lado de la cama. Y me levando con el mismo pie de siempre. El desayuno, el vaso de leche vertido del cartón que me despertó ayer. Las tostadas, tostadas en la tostadora que no uso desde ayer a la misma hora, para el mismo fin. En la radio las noticias dicen palabra por palabra, lo mismo de siempre. Si acaso cambian los números, pero poco. Ayer murieron 53, y hubo 124 heridos, hoy son unos pocos más. Ayer costaba 0.42 $ el barril, hoy cuesta 0.43 ... Me siento en el sofá, a terminar de despertarme. Los pensamientos de siempre pululan por mi cabeza, las mismas dudas e incertidumbres, insignificantes, intrascendentes. El reloj se mueve a la misma velocidad de siempre. Finalmente marca las 7. Me levanto, como todos los días hago, del sofá y me dirijo a la puerta. La cruzo y la cierro detrás de mi, con la intención de abrirla dentro de varias horas, como cualquier otro día. Actúo como si lo fuera, pero en el fondo sé que no lo es. Porque hoy es el día en el que voy a morir.

sábado, 30 de septiembre de 2006

Desde que no sé dónde estás

Un día aparecesite en mi vida. Te presentaste por sorpresa, como la mayoría de los eventos que cambian la vida de uno. Me arrancaste lo que necesitaba para vivir, y sin más, te marchaste. Desde ese día, mi mundo está vacío. Ya no puedo hablar con nadie, mi mundo está mudo. Me has robado el alma. He perdido infinidad de imágenes felices de mi pasado. Me has robado mi pasado. ¿Cómo pudiste, con esa sangre fría, arrancarme la voz? ¿Cómo pudiste salir corriendo, para no volver nunca más? Por eso ahora, mientras lamento no haber anotado en un trozo de papel mi número de IMEI, sólo me queda maldecirte desde lo más profundo de mi ser mientras en mi cabeza resuena ..... ¡DEVUELVEME EL MÓVIL, CABRÓN!

martes, 26 de septiembre de 2006

Ante la adversidad

Ante la adversidad, la tortuga esconde la cabeza, y así, la conserva. Ante la adversidad, la gacela escucha, otea el horizonte, y cuando ve, huye; y así logra sobrevivir aunque sólo sea un día más. Ante la adversidad, el toro embiste y empitona, y así, conserva las dos orejas y el rabo. Ante la adversidad, el león se crece, ataca antes de ser atacado, y así conserva sus dominios.
Ante la adversidad, el hombre se rinde, así puede verse derrotado y tiene penas que lamentar. Ante la adversidad, el hombre olvida su conciencia, abraza la embriaguez, para así no sentir que la derrota lo devora. Ante la adversidad, el hombre sucumbe a la barbarie, para así saciar su sed de sangre. Ante la adversidad, el hombre no huye, espera que la muerte decida por él.

(De mi antiguo blog)

miércoles, 20 de septiembre de 2006

Equipaje ligero

Un buen día, llegué al mar. Y me embarqué. Durante varios días y noches, vagué a la deriva entre las olas, allá donde el agua es el enemigo, pero el único que no te abandona en todo el viaje. Y tú estabas allí.

Toqué tierra, y seguí andando hasta que ví que mis pies se hundían en la arena clara y seca. Estaba en el desierto. Allá donde el sol siega la vida, y siembra el silencio. Y tú estabas allí.

Me perdí entre las dunas, y cuando me volví a encontrar, estaba en una enorme llanura, poblada de arbustos hasta el horizonte. La vida dormía, protegiéndose del calor de la mañana. Estaba en la sabana, allá donde la muerte es la única garantía para la vida. Y tú estabas allí.

Sobreviví, y seguí sobreviviendo hasta que bajé la guardia, pero pronto me puse de nuevo; estaba en el lugar más verde que te puedas imaginar. Allá donde las voces no callan ni de día ni de noche. Te sobrevuelan, te rodean, pasan por debajo de tí... Hoy devoras y mañana eres devorado. La selva. Y en todo aquel escándalo... tú estabas allí.

Salí de ella, magullado pero entero, y con fuerzas para seguir andando.

Y un buen día, llegué al mar. Pensé, que ya que había llegado hasta allí, daría un paso más, y seguiría adelante. De nuevo, me rodeé de agua y desafié a Neptuno. Él me lanzó tormentas, rayos y olas, pero no me venció. Finalmente me detuvo con enormes barreras de hielo. Me sometió poco a poco, y al final, ya no había más que hielo. Estaba en el polo, allá donde hasta el tiempo se congela, y no pasan ni los días ni las noches. Y tú, estabas allí.

En aquellos caminos muertos, vi hielo de todas las clases; piedras, montañas, liso, rugoso, polvoriento, rocoso, frío, ... más frío todavía.

Y un buen día, llegué al mar. Esta vez no estaba en mis manos elegir, tuve que dar el salto.

Y cuando caí, caí sobre unas montañas muy altas. Seguí en ellas hasta que pasó bastante tiempo, y se acumularon bajo mis pies bastantes kilómetros. Sólo me perturbó una brisa que se convirtió en viento, y luego en tormenta. En la tierra de los huracanes, aprendí a volar... Y tú estabas allí.

Recuperé la conciencia y noté movimiento. Me ví de nuevo en un barco, pero esta vez navegando río abajo, dejándome llevar por la corriente. Aquel viaje, todo un descanso, duró varios días. Y al final, llegué al mar ...

Estuve en muchos lugares más; junglas, salares, volcanes, glaciares, fiordos, cabos, islas, lagos ... Y tú siempre estabas allá donde iba.

¿Mi equipaje? Perdí muchas veces el que llevaba en la mano; pero el que llevaba en la cabeza, siempre estaba allá donde iba.

domingo, 17 de septiembre de 2006

A todos nos pasa alguna vez

Iba hacia la estación del tren, cuando escuché una explosión frente a mí. Miré en la dirección de la que venía, y vi a alguien desplomarse a unos veinte metros de mí. Varias personas corrieron a socorrerle, pero todos se retiraron cuando el primero que llegó gritó "Le ha reventado la cabeza". Entonces todos seguimos nuestros caminos, en parte horrorizados por el espectáculo al que acabábamos de asistir, en parte indiferentes porque sabíamos que estas cosas son normales. Simplemente suceden. Bajé las escaleras, recorrí el pasillo, compré el billete, pasé por el torniquete y me senté a esperar el tren.
¡Te recordaremos, seas quien seas! Sobre todo cuando nos reviente la cabeza a nosotros, pues sabemos que al final la nuestra sucumbirá, como la de aquel hombre cuya cabeza dijo "HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO" en plena calle.

martes, 12 de septiembre de 2006

Primero, conseguiste calentar y alumbrar tus noches, pero pronto aprendiste a matar con aquello que cocía tu comida. Luego, aprendiste a viajar rápido, y lejos, y luego volver a casa; pero saliste nuevamente a conquistar, a someter, a invadir. Seguiste aprendiendo, y aprendiste a intercambiar unos bienes por otros, pero viste que era más fácil hacerlo por engaños, por trampas. Después, alumbraste la fé y las esperanzas en los corazones de tus semejantes, pero pronto encendiste el odio, la ira, la intransigencia. Más tarde, retaste a las olas y a las tormentas, pero volviste con una captura de muerte, de esclavismo y de robo. Mucho más tarde aún, comprendiste que tenías el poder de transformar los frutos generosos de la Naturaleza en lo que necesitaras o quisieras; y tú quisiste un medio para matar al prójimo, o necesitaste uno para defenderte de él. Te libraste de las ataduras del suelo, y cuando llegaste muy alto, encontraste un lugar desde donde descargar tu ira. Calculaste que era posible sacar lo más potente de lo más pequeño, y con ello te armaste, hasta tener el poder de destruir tu mundo varias veces.
Eres capaz de lo mejor, pero siempre encuentras una forma de usarlo para hacer lo peor. En tí está la bondad, pero aún no le has encontrado un uso.

martes, 5 de septiembre de 2006

Los seis pasos para conocer a Emil


A menudo habreis oido decir eso de que "el mundo es un pañuelo". Pues bien, lo es. Y lo es porque, en potencia yo conozco a todos vuestros conocidos, y todos vuestros conocidos me conocen a mí. A la vez, vosotros conoceis a todos mis conocidos, y todos mis conocidos os conocen a vosotros. Todos estamos a un paso de conocernos. Ese paso intermedio entre yo y vuestros conocidos, sois vosotros, y yo soy el paso entre vosotros y los míos.

Además, cada uno de nuestros conocidos tendrá un conjunto de conocidos, y para llegar a alguien que esté dentro de ese conjunto, habría que dar dos pasos. Sucesivamente, en cada paso, la cantidad de personas que podemos concer crece de modo exponencial.

Pues bien, existe una teoría, llamada la "Teoría de los seis grados de separación", que sostiene que entre dos personas del mundo existe como máximo una cadena de 4 intermediarios. Esto es, tú conoces a alguien, que conoce a alguien, que conoce a alguien, que conoce a alguien que conoce a cualquier persona del mundo que te imagines; famoso o no, importante o no, de cualquier lugar del mundo.

Se ha intentado probar esta teoría, y entre los muchos experimentos (hay que decirlo, muchos de ellos fallidos, aunque los resultados no dejan indiferente) sorprende uno que consistía en dar un paquete a un individuo. Este paquete tenía un destinatario en un país determinado del mundo. Se le pedía al sujeto que enviara el paquete a alguien que conociera y que pensara que podría tener algún tipo de contacto con el destinatario. Resultado: la media de pasos (incluyendo origen y destinatario) que siguieron los paquetes que llegaron fueron 6.

Un juego derivado de esta teoría es el llamado "Los seis grados de Kevin Bacon". Consiste en tomar un actor cualquiera de la historia del cine, y relacionarlo con Kevin Bacon. Para ello se define su "Número Bacon". Por ejemplo, el Chiquito de la Calzada actuó en "Franky Banderas" con Simon Andreu, que actuó en "Bridget Jones: Sobreviviré" con Colin Firth, que actuó con Kevin Bacon en "Where the Truth Lies". Por lo tanto, el número Bacon del Chiquito de la Calzada es 3. Es muy raro encontrar actores cuyo número Bacon sea mayor que 5. El número Bacon medio (entre casi un millón de actores) es de 3.

Este comportamiento, también llamado "Fenómeno del mundo pequeño", aparte de anecdótico, explica muchos fenómenos (transmisión de enfermedades) y puede ser útil (por ejemplo, en el estudio de redes de telecomunicación).

Por supuesto, esto es sólo una teoría. Hay muchos argumentos en contra (quizás más que a favor), pero no deja de ser una visión seductora de nuestro pequeño mundo.

Resumiendo, existen seis pasos (cuatro intermediarios) entre cualquier par de personas en el mundo. Visto desde otro punto de vista, sólo hacen falta seis pasos para conocer a Emil. ¿A qué Emil? A cualquier Emil.

Links:

Para conocer los números de Bacon del actor que querais: http://oracleofbacon.org/

Los seis grados de la Wikipedia: Indica los grados de separación entre dos artículos de la wikipedia: http://tools.wikimedia.de/sixdeg/index.jsp

Una historia real


Aunque esta parezca otra de mis (demasiado) numerosas historias inventadas que tienen como escenario el tren, no lo es. Sí, se desarrolla en el tren, pero esta vez es real. Es la historia de una carcajada.

El tren de las 10 paró en Plaza Mayor, y allí subieron varias personas. Destacadas, un grupo de chicas que, por qué no decirlo, llevaban su puntillo... Hablaban y reían. Y entre esas chicas que destacaban, había una que destacaba aún más. Su risa era la que más se oía. Era una risa aguda y muy "potente". Al principio era bastante molesto, y no paraba. Yo me puse los cascos, para evitar aquella taladrante carcajada. Pero "Losing my Religion" de REM se demostró incapaz de imponerse al volumen de aquella impresionante garganta. Poco a poco, todo el vagón empezó a mirar en la dirección del jaleo, con cara de disgusto o hasta asco. Pero ella seguía. En frente de mí había una señora, que empezó a sonreír. Yo le devolví una sonrisa cómplice, a lo que ella empezó a reirse discretamente. Otro hombre que estaba sentado en la fila de tres asientos, al verla, comenzó también a reirse, y me contagió la risa a mí. En pocos segundos las personas de los asientos cercanos también estaban afectadas. La ola llegó hasta la chica que lo había empezado todo, lo cual, a su vez, le hizo más gracia, con lo que la risa ruidosa pasó a ser una risa que no sabría cómo describir. ¿Explosiva? ¿Histérico-maniática? Eso destrozó las defensas de la gente que aún no había cedido a la risa. Cuando llegamos a Torremolinos, hasta el maquinista se asomó, con cara de sorpresa, pero no tardó en formar parte de la particular fiesta. En la siguiente parada, el grupito se bajó, y nuevamente todas las miradas fueron para ellas. Finalmente volvió a reinar la calma, y cada uno volvió a lo suyo. "Losing my Religion" había dejado de sonar hacía ya un buen rato, pero no me había dado cuenta.

Y es que a veces pasan cosas extrañas. Y no siempre tienen por qué ser negativas, puede tratarse de un montón de gente que no se conoce de nada, sumergida en una carcajada espontánea y multitudinaria por algo que nadie sabe bien de qué se trata.

sábado, 26 de agosto de 2006

La afortunada

En un autobús cualquiera, rodando por una calle de una ciudad de tantas otras, uno de esos días que no se pueden llamar día; oscuros, lluviosos y fantasmagóricos, una chica ve los edificios pasar por su ventana. La lluvia empaña los cristales por fuera, y el vapor por dentro. Sus mejillas están mojadas, como si una gota hubiera atravesado el cristal y se hubiera posado en su ojo, para luego caer al vacío acariciándole la cara.
Piensa en algo que le falta. ¿Qué?. Eso importa poco. Y lo que le falta también es poco importante. Pero eso no le importa.
Es consciente de casi todo lo que le falta, pero no de todo.
Le falta el amor, lo siente, pero le falta el odio, le falta la guerra, el fanatismo, pero no lo sabe.
Le falta la belleza, lo ve, pero le falta la represión, el velo, el burka, el terror, y eso no lo nota.
Le falta el relax, el descanso, lo necesita, pero le falta la pobreza, el hambre, la necesidad.
Le falta el 90-60-90, puede medirlo, pero le falta la enfermedad, no sabe valorarlo.
¿Que qué le falta?
Le faltan los ojos, pero le sobran las lágrimas.
¿Que más le falta?
Le faltan los oídos, pero le sobran los lamentos.
Mide lo que le falta para tocar el cielo, pero no ve lo alto que ya ha llegado.


PD: Gracias Rocío por animarme a escribir más.

jueves, 13 de julio de 2006

La propina

Te miro con una cara que te es familiar. Y te hablo de muchas cosas; con entusiasmo te cuento los viajes que he hecho. ¡Ni te imaginas los lugares que he visto!. Intento que escuches lo que te cuento sobre las personas que he conocido y que aún recuerdo. Me muestro como un libro abierto; pero tú simplemente no quieres leerlo; me miras con desprecio de cuando en cuando.
Mi piel cobriza... ¿Nunca te preguntaste quiénes más la acariciaron como acabas de hacer tú? ¿Acaso has visto las heridas que luce? ¿No sientes curiosidad por saber cómo me las hice?
Yo he viajado, y mucho. Siempre buscándote a tí. Muchos me ayudaron a llegar, pero otros me aprisionaron meses y años. Me tiraron, me robaron, me olvidaron, me encontraron, me amaron, me odiaron ... Mi desaparición fue motivo de alegría para algunos. Otros se despidieron de mí con gran pesar.
He visto mundo, mucho más que tú. Pero sé que siempre te he buscado, como un iluso y como un idiota. ¿Por qué me haces esto? ¿No ves que trato de hacerte feliz? Trato que veas el valor que tengo; el que puedo llegar a tener en el futuro ¿Por qué me abandonas?
Coges tu bolso, te levantas y te marchas sin mirarme; ni siquiera un adios.
Y yo me quedo tirado, en la mesa de este bar; en una bandeja de aluminio frío y sucio, esperando que venga el camarero y me arroje al tarro de las propinas.

sábado, 1 de julio de 2006

¿Sabes a dónde te llevan sus pasos?

Aquello había sido una revelación. Algien me dio la idea, y con ello un nuevo punto de vista sobre el asunto. Tras media hora andando en la oscuridad de la noche, a la luz de las farolas de la carretera, aun no había salido de mi asombro; es más, cuanto más tiempo pasaba, veía que explicaba muchos matices del problema, incluso aquellos en los que no había reparado. Era como la pieza de un puzzle que conseguía que los fragmentos sueltos encajasen. A partir de ahí terminaba la acera. Hasta entonces no me di cuenta de que iba cabizbajo todo el tiempo, pensativo, absorto. Estaba en las afueras. A partir de ahí decenas de urbanizaciones bordeaban la carretera hasta la siguiente ciudad. Me quedaba una hora de camino a través de una cuneta de cemento. Cuando cruzaba la tercera urbanización, aún encorvado, andando en este mundo y volando en uno paralelo contenido en mi cabeza, vi sobre el suelo huellas; las típicas huellas que siempre alguien deja sobre el cemento fresco. Aun tarde algunos minutos en darme cuenta de que estas huellas tenían algo de especial. Sí, no eran las típicas huellas; mas bien, eran bastante atípicas. No eran huellas de zapato. Eran huellas de pies, de pies desnudos. A juzgar por la distancia que los separaba, la persona que las había dejado estaba corriendo. Me extrañó bastante, paro tampoco le di demasiada importancia, y seguí mi camino. Algunos minutos más tarde, volví a fijarme en el suelo. Mis ojos llevaban tiempo mirándolo, pero no así mi mirada. Ahora las huellas eran por lo menos de dos personas. Una llevaba zapatos, la otra era la misma de antes. Los dos corrían. En muchos sitios, la huella del pie desnudo había deformado la de los zapatos. Al principio no lo tuve demasiado en cuenta; pero pronto comprendí lo que aquello significaba. ¡Era una persecución! Era evidente que estas dos personas corrieron por allí cuando el cemento aun estaba fresco. Claro que podría ser con cierto tiempo de diferencia. Seguiría andando, y lo vería. Apenas cien metros más adelante, las huellas desnudas repentinamente desaparecían. Las de los zapatos ya no estaban tan distanciadas, y eran algo más alargadas. Terminaban en un hundimiento alargado de un par de centímetros de profundidad y un metro de largo; el hueco que crearía una persona al caer... Esta vez sí que me paré, estupefacto ante lo que estaba viendo. Miré alrededor, pero no encontré ninguna otra pista. A los cinco minutos, decidí seguir mi camino. Diez metros más adelante, las huellas del pie desnudo aparecían de nuevo de la nada. Seguían corriendo. Y yo las seguí; también corriendo. La curiosidad me arrastraba hacia delante, y el miedo me empujaba desde detrás. Estas dos fuerzas colaboraron todo el tiempo desde ese momento, y me acompañaron durate todo el tiempo que duró lo que pasó a continuación. De la carretera salía una calzada. Se adentraba entre unos eucaliptos que bordeaban las pistas de golf de una lujosa urbanización. La iluminación de la calle era bastante deficiente, de hecho inexistente. A menudo solía pasar por ahí de día, pues el camino era agradable. No era el más corto para llegar a casa, pero se hacía más placentero. Hacia esa calle se dirigían las huellas. Las aceras eran de cemento en esa parte. El lujo comenzaba unos trescientos metros más arriba; con los primeros chalés. El par de fuerzas que me dominaban me empujaron a seguir la pista de aquellas huellas. La carretera ya estaba lejos, pero aún las farolas iluminaban la acera. Y veía los contornos de las huellas. Cada vez era más difícil distinguirlas. Tras una curva, los árboles tapaban la luz de la carretera, y sólo veía las sombras de las oquedades. Las seguí varios minutos haste que dejé de verlas. Me paré, encendí el teléfono móvil e iluminé la acera. Volví sobre mis pasos unos metros, y volví a dar con ellas. ¡Y las de los zapatos, de nuevo! Vi que se salían de la acera, y entraban dentro de la calzada. Pero sobre el asfalto sólo se habían grabado las huellas de los pies desnudos. ¡Y sin embargo el asfalto era mucho más reciente que el cemento de la acera! Mi mentalidad siempre ha sido de explicarlo todo con la razón; pero esas huellas saltando por el suelo y a través de una brecha temporal, me habían desolocado completamente. Mi imagen debía ser desconcertante; como desconcertado estaba yo. Un hombre en mitad de una calzada, en oscudidad total, iluminando el suelo con una luz blanca que venía de la pantalla de un teléfono móvil, mirando al suelo y a la vez intentando alejarse de él. Paralizado, como una estatua que mira horrorizado al fuego del infierno. Una brisa me despertó. Segí las huellas a través de la calzada, con el teléfono siempre apuntando al suelo. Cada vez veía cosas más extrañas. Llegado un punto, las huellas se paraban. Y en cinco direcciones diferentes, como una estrella, se alejaban de aquel punto, y se adentraban en la vegetación al borde de la calzada. Siempre con pies desnudos. ¿De dónde salían las otras cuatro personas? Miré a mi alrededor. No ví nada, pero supe que estaba rodeado. Lo sabía, ellos no se escondían. No disimulaban. Simplemente no los podía ver. Pero se dejaban sentir. No recuerdo nada más. Soy un joven de veinte años de pelo canoso y mirada perdida. Sólo cinco personas saben qué me ha pasado; y ninguna de esas cinco personas soy yo. No las conozco, pero sé que, a su manera, existen. Se que llegué a una urbanización. Crucé la barrera del aparcamiento, y a la altura de la tercera casa, caí desplomado donde me encontraron al día siguiente con los ojos abiertos mirando en la dirección de la entrada. Por tres días mis ojos no se movieron y mi boca permaneció cerrada e inmóvil. Las cámaras de seguridad de la entrada me grabaron al entrar. El último recuerdo que conservo antes de despertar en un hospital, es la pantalla de un móvil, en el que la hora eran las 23:55. La cinta de la cámara me había grabado a las 23:59. Despues de verme pasar había dejado de funcionar. Se también que en todo este tiempo estuve andando. Lo que no sé es lo que ví. Cuando abrí la boca, fue para pedir que me enseñaran los zapatos que llevaba aquel día. La pregunta sorpendió a los médicos: "Era una cosa que queríamos comentarle". Me neseñaron un par de zapatillas deportivas cuyas suelas habían desaparecido bajo una capa de cemento endurecido.

domingo, 7 de mayo de 2006

El arma

Estos son mis últimos pensamientos en este mundo que yo contribuí a empeorar. He quitado la anilla de mi última granada y la he soltado al aire. Sube, a la vez que gira sobre sí misma. ¿Cara o cruz? ¡Muerte! En el momento en que abandona mi mano manchada con la sangre de demasiadas personas, mi mente se despeja. Desaparecen las nubes de ignorancia; se abren las cortinas seductoras del fanatismo. ¡Si sólo lo hubieran hecho antes!
A mí me entrenaron para matar. Un buen día me dieron el fusil, un casco (o un cinturón bomba y una copia del Corán, eso importa poco) y me señalaron al enemigo. Me convencieron para odiarlo, a la vez que refinaba mis técnicas en el arte de la matanza.
Pasé de ser un muchacho inocente a un arma con alma y sentimientos envenenados. Mi vida se centraba en quitársela a otros. Me engañaron, me mintieron, me sedujeron, me entrenaron y me usaron.
Llegado el momento, me quitaron el bozal y me desencadenaron. Y gustoso, tome posiciones y comencé a disparar.
Un muerto. Dos muertos. Siete.... Cuanto más mataba, más me veía como a un héroe. Un gigante que arrastraba los cuerpos del enemigo a modo de trofeo.
Muerto tras muerto, batalla tras batalla, el mal ganó posiciones en mí, hasta que ya no quedaba más alma en mí. No era más humano que mis balas, que mis cargas de dinamita ... y tampoco tenía más importancia para quienes me mandaban.
Pero ahora, que todo estaba hecho, que no había vuelta atrás, que mis víctimas ya no saldrían del foso, ni reirían, ni conocerían a sus nietos, ni me conocerían a mí, rodeado de sagre, fuego y lodo, lo he visto todo claro. No soy inocente, no tengo la razón; ni defiendo la verdad ... ninguna verdad. Nada me da derecho. Ni la patria o la religión, ni el honor o la venganza, no el dinero o la miseria, ni la defensa ni la agresión, ni el hambre o la codicia, ni Dios o el demonio, ni los ricos ni los pobres, ni la forma de vivir o la de morir... Nada.
Soy un asesino.
Tengo tanta culpa, ni más ni menos, como los que planearon todo esto.
La granada ya ha caído. Lo ha hecho junto a mis pies. La miro un instante. La tecnología al servicio de la muerte. Ella se vuelve contra los hombres cuando los hombres se vuelven contra la razón.
Adios yo cruel.

sábado, 22 de abril de 2006

Orden

Martes, nueve y doce minutos, aproximadamente. Llego a la estación. Detrás de mí, como todos los martes a las nueve y doce minutos, un hombre de negocios con el traje gris y corbata roja, y un viejo obrero con mono azul. Paso el billete por el primer torniquete, y entro. Aún quedan dieciocho minutos para que llegue el tren. Mi sitio para esperar es el primer asiento libre, que, como todos los martes a las nueve y doce, es el cuarto banco, al lado de la mujer vestida con traje deportivo gris. Pocos segundos más tarde se sienta a mi lado, llenando el banco, el hombre de negocios. El viejo se sienta en el primer puesto del siguiente banco.
La estación se va llenando poco a poco. La madre de las nueve y veintitrés con sus dos hijos, criaturas que aún no han asumido el orden y de vez en cuando muestran comportamientos extraños al guión. La chica con la carpeta marrón, que antes de sentarse en el séptimo banco, se dirige a la máquina de aperitivos y elige el dulce número veintitrés.
A las nueve y treinta minutos, cero segundos, el tren abre sus puertas, y bajan un par de personas por cada puerta, seis por vagón; a éstas horas la circulación es siempre escasa.
Entro en el vagón de cola, por la segunda puerta, junto a la deportista, y me siento en el asiento del lado opuesto, a la derecha. Ella se sienta en el de la izquierda.
Seis minutos más tarde, hacemos la primera parada. La pareja del asiento doble al lado de la segunda puerta entra, sonriente, como siempre. Nunca he sabido de qué hablan, pero a su llegada a la octava estación, bajan sin hablarse ni mirarse. Ni siquiera parece que se conozcan. Seguro que la abuela de la séptima parada, que se sienta casi en frente de ellos, ni siquiera sabe que son una pareja.
Por fin acaba un día largo. Dentro de veintitrés minutos estaré entrando en mi casa, justo a tiempo para coger el telefono, que lleva un rato sonando. Y justo a tiempo para escuchar cómo cuelgan en ése justo intante. A las veinitrés horas y treinta minutos iré al hogar de los sueños, para dormirme siete minutos antes del cambio de fecha.
Antes de perder la consciencia, un último pensamiento cruza mi mente como un rayo, pero que no produce un trueno. Por un instante, me invaden las ganas de destrozar el orden, de librar el caos en mi vida, de entregarme a los peligros de la libertad. Me seduce el desorden, me llama la confusión, me atrae el azar. Pero hoy no es el día. La rebelión no está programada para hoy.
Nada es casual

sábado, 1 de abril de 2006

Los auriculares

Ocho de la mañana. Hora punta en el centro de Málaga. La gente anda. Sube y baja del autobús, del tren. Las baldosas del suelo son pisoteadas frenéticamente por miles de pares de zapatos calzados por miles de autómatas que siguen las miles de rutinas grabadas en su mente, en algún lugar entre el sueño y la vigilia.
Como la mayoría (o por lo menos, la mitad más uno), la música me acompaña en mi MP3. Es una prolongación del mundo de los sueños, un cabo del reino de Morfeo que se adentra en las tempestuosas aguas del mundo real. Intenta disfrazar de alegría a través de mis oídos la realidad gris que entra por mis ojos.
Entre meditaciones nulas y tras haber cruzado dos semáforos sin saber a ciencia cierta si estaban abiertos, me encuentro con el billete del autobús en la mano y buscando asiento. Me siento en el último asiento del primer vagón, a mano derecha. A mi lado, la mochila, que con cuatro libros pesados dentro, dudo que vaya a ceder el asiento a nadie...
Poco a poco el autobús se llena de gente. Tras comprobar que el periódico no tiene ninguna novedad (sólo cincuenta muertos en Irak, dos guerras en África, dentenciones de alcaldes y alcaldesas, inundaciones bíblicas, conflictos internacionales .... noticias de cualquier apacible día normal), compruebo con estupor que el autobús ha avanzado veinte metros a través del tráfico.
Me fijo en una chica sentada varios metros delante de mí. Es bastante atractiva. Es de aquellas caras que primero atraen la vista, luego la atención y después tardan en borrarse de la memoria. Me devuelve la mirada; probablemente le llame la atención la cara de idiota que se me ha quedado. Veo que empieza a hablarme. No, más asombroso, ¡me está cantando!. Y en sus labios puedo leer la letra de la canción que brota de mi MP3.
Ich liebe dich nicht mehr
Ich liebe dich nicht mehr oder weniger als du
Als du mich geliebt hast
Als du mich noch geliebt hast
¿Cómo sabe qué estoy escuchando? La miro con aún más cara de idiota. Y luego miro a mi MP3. Cuando vuelvo a mirarla, ya no está cantando. Es más, ni me mira. Aún más, se levanta y se baja frente a la Escuela de Idioma para Extranjeros de la UMA. Alumna de intercambio.
Su lugar es ocupado rápidamente por un anciano. ¡Qué cambio más malo! Hace una pregunta a la joven que hay a su lado. Y ella responde señalando hacia mí, sin mirarme. Luego vuelve a mirar a través de la ventana. El abuelo me mira y comienza a mover los labios.
Die schönen Mädchen sind nicht schön
Die warmen Hände sind so kalt
¿Me estaré volviendo paranóico? Me estoy volviendo paranóico. Miro a otro lado, como si la cosa no fuera conmigo. Una señora, que tiene pinta de ser sudamericana, aguarda de pie la llegada del autobús a la Comisaría. Presiona el botón rojo de STOP, y en su movimiento me vé. Me sonríe y sigue cantando donde lo dejó el anciano.

Ich such dich unter jedem Stein
Wo bist du?
Ich schlaf mit einem Messer ein
Quizás esté durmiendo. Pero no, es imposible. Cierro los ojos, los vuelvo a abrir. La música sigue sonando, pero nadie canta. La mujer ya ha salido. El anciano habla sonriente a su compañera de asiento, que intenta no hacerle demasiado caso. Como si nada hubiera pasado ...
Llegamos por fin a la Universidad, y me bajo en la primera parada, aunque esté muy lejos de mi facultad. Mientras el autobús se aleja, veo al conductor por el retrovisor tarareando una canción.
Alle Uhren bleiben stehen
Lachen ist nicht mehr gesund, und bald
Y antes de tomar el camino, veo a dos personas renovando el anuncio de una enorme valla publicitaria. Un cartel que ni tiene fotos, ni números ni logotipos... simplemente unas pocas palabras.
Wo bist du?

sábado, 25 de marzo de 2006

La naranja

Soplaba una suave brisa en los jardines de la parte alta del pueblo, meciendo suavemente las hojas de los árboles. Esta suave brisa era como una tormenta para una naranja, que, ya madura y curtida en su corta vida, luchaba ferozmente para agarrarse al árbol, al cual sólo le sujetaba una rama débil y yerma. Llegado el final de su cómoda vida en el árbol, un golpe de viento la arrancó y la lanzó al suelo de la calle.
Comenzaba así su viaje. El golpe con el asfalto de la calle, fuera del muro del jardín, fue duro, pero no mortal. Viéndose expulsada del Paraíso, y lanzada al rudo mundo exterior, decidió rodar cuesta abajo; primero con dudas, y luego cada vez más deprisa. Pasó entre las tranquilas calles de los chalés, pasando bajo los coches aparcados al lado de las aceras (sobre ellas, en los casos de los conductores más alejados de la ley). Luego pasó entre calles algo más estrechas y concurridas, entre grandes bloques de apartamentos. Conforme los edificios se hacían más altos, las calles eran más concurridas, y el centro del pueblo estaba más cerca.
En un semáforo, un transeúnte se disponía a cruzar. Paró una furgoneta para dejarle pasar, y en el carril de al lado, un coche lujoso frenó con aires de perdonavidas. Y cuando el peatón estaba llegando al otro lado de la calle, observó con estupor que un tercer móvil se dirigía hacia él ignorándole completamente, con una velocidad alocada para su pequeño tamaño. El peatón sonrió y le metió una patada a la naranja, que fue a estrellarse contra una pared al otro lado de la acera.
Este no fue el fin de nuestra naranja. Dicen que no hay mal que por bien no venga, y a todos nos ha pasado que un golpe nos da el impulso para seguir adelante, en vez de rompernos las piernas y no dejarnos continuar. Algo parecido pasó con la naranja (a veces el mundo inanimado se parece tanto al mundo subjetivo del hombre). Ya no sólo rodaba, iba botando calle abajo, a una velocidad endiablada. Una velocidad que le dio la agilidad suficiente para colarse entre las ruedas de los coches que giraban, lenta y torpemente, alrededor de la rotonda del centro. Los pisos dejaban paso a bajos edificios con locales, casi todos tiendas, bares o restaurantes. Su fugaz bajada continuó entre peluquerías, bancos, floristerías, talleres, edificos en obras, más edificios en obras, grúas .... Finalmente, la avenida dio lugar a calles más tranquilas, con pisos, videoclubs, un viandante que la observó y decidió darle una historia, coches aparcados, y entradas de aparcamientos de los pisos. Y al final de esa calle, una barandilla, y detrás de la barandilla, una caída de cuatro metros.
Y tras cuatro metros de aire, el agua. Un riachuelo, crecido con las intensas lluvias de los últimos días.
Durante unos diez minutos, fue sólo un resto más, arrojado al torrente de agua y lodo. Fue sólo una molécula de agua más, siguiendo la corriente del resto, olvidándose de su carácter único, y de que en el fondo era una naranja y no una molécula.
El torrente dio vueltas y más vueltas, lanzando la naranja de un lado a otro, como si entre la orilla izquierda y la derecha se jugara una partida de tenis. Luego se fue haciendo más suave poco a poco. El agua cambió de violenta a pacífica, de marrón a azul. Ya no zarandeaba a la naranja, sino que la mecía suavemente.... Estaba en el mar.
Había pasado una hora o menos desde que terminó su vida de naranja ornamental de jardín, y ahora ya era una naranja navegante, una naranja aventurera, una naranja pionera. Y aún su viaje no habría de acabar, pues el mar es un sitio grande. La corriente la arrastró a costas extranjeras, muy lejos. La naranja vio tierra después de semanas, y para entonces era una naranja enorme. Ya no era ni siquiera de color naranja, ni esférica .... el sol, el agua, el tiempo, la habían transformado. Se había podrido, pero su materia seguía ahi, tocado la costa a lo largo de varios kilómetros.
Y aún su viaje no habría de acabar ...

sábado, 11 de marzo de 2006

Entre amapolas

Y de repente, en medio de aquel valle paradisíaco, un sonido familiar llamó su atención. Venía desde el cielo, por encima de sucabeza, de entre las nubes, como un pitido intermitente. Miró hacia la dirección de donde venía el ruido, y entre las nubes no divisó nada. Al volver la vista sobre el valle lo encontró cambiado. Ya no era verde y vivo, sino yermo y blanco; ya no flotaba aquella luz mágica en el ambiente, sino una vaga luz que apenas dejaba apreciar los detalles. Alargó la mano para apagar el despertador.

Las seis.

¡Qué absurdo! Después de dormir horas y horas, estaba más cansada que cuando se acostó. Necesitaba más. Al fin y al cabo, el despertador sonaría dentro de cinco minutos, así que dar una cabezada más no le haría daño alguno.

Media hora más tarde se disponía a cruzar la calle hacia la universidad. Miró a un lado, luego al otro, no pasaba nadie. Se dio cuenta que realmente estaba sola, la ciudad parecía muerta.... ¡muy raro en la hora punta! (a no ser que se jugara un partido de la Selección española, claro...). Al llegar a la otra orilla descubrió un pasaje nuevo, en el que nunca había reparado antes. Decidió entrar para tantear el terreno nuevo; le echaría un vistazo a las tiendas cuando estuvieran abiertas. Anduvo varios minutos por aquel pasillo, lleno de escaparates cerrados, oscuros y vacíos. Definitivamente, aquel lugar no tenía nada interesante... Se dió la vuelta, para comprobar con sorpresa que al fondo del pasillo no estaba la calle, sino otro escaparate. ¿Había girado sin darse cuenta? Llegó al final y vio que a su derecha se abría otro pasillo, pero éste también estaba cerrado. ¡Qué locura! Quizás al final de este nuevo pasillo... pero tampoco, otro pasillo más. Seguro que se había equivocado de dirección. Quiso volver, pero ¡sorpresa! El nuevo pasillo también estaba cerrado. ¡Y ESTA VEZ ESTABA SEGURA DE QUE NO SE EQUIVOCABA! O aquellos pasillos estaban vivos, o ella estaba loca. Con dudas, penetró en el nuevo pasillo, y vio que al fondo había un ascensor con las puertas abiertas. ¿Entrar? ¿No entrar? ... Entró. Antes de que se cerrasen las puertas del ascensor, vio con horror que el pasillo que acababa de abandonar, al cual habia llegado atravesando otro , ahora tenía una longitud de apenas dos metros, y no tenía ninguna puerta, sólo paredes. Se cerraron las puertas del ascensor antes de que pudiera comprobar que sólo tenía un botón amarillo: "ALARMA". Desesperada, presionó el botón hasta el límite de sus fuerzas. Y pudo oír un pitido intermitente que venía de algún punto por encima de su cabeza.

Las siete y cuarto.

Vaya palo, ya perdería por lo menos una hora de clase. Total, seguía cansada, otros cinco minutos, no podrian hacer mucho más daño del que ya se había producido.

Allí no la encontrarían. ¿Pero qué había hecho? ¿Por qué la perseguían? No lo sabía, pero no le interesaba para nada tener antecedentes penales desde tan joven. Y ya era tarde para colaborar. Era una fugitiva. Los vio correr por la entrada del callejón, sin darse cuenta de que estaba escondida detrás del contenedor. Pasaron diez minutos, la cosa se calmó, nadie más pasaba por ahí. Las sirenas sonaban muy lejos. Se asomó, y a la entrada del callejón vio una figurilla mirándola con cara de curiosidad. Era un chucho callejero, pequeño, gracioso. A ella le encantaban los perros, y le agradó aquella compañía simpática. Pero el perro retrocedió a su paso, mirándola con desconfianza. Le ladró varias veces, y salió corriendo, ladrando hasta perderse en la distancia. Apenas un minuto más tarde, toda la calle se inundó de luces, sirenas y hombres armados. La metieron en el coche, esposada, y el conductor arrancó. La sirena comenzó a sonar, pero con un sonido muy extraño y diferente al de cualquier coche de policía. Era como un pitido intermitente, que sonaba en el techo del vehículo, por encima de su cabeza ....

Las doce y media.........

Las tres

Las cinco y veinte

Y así pasó la mañana entre amapolas, perdiendo batallas imaginarias que le impedían acudir a las batallas reales...

sábado, 11 de febrero de 2006

La niña

Abrí los ojos, escuchando unos golpes sobre un cristal. Pensé que sería la ventana; así que encendí la luz, me levanté de la cama y me asomé. Pero no había nada... Probablemente fue un producto de mi imaginación, o la prolongación de algún sueño aun estando despierto, no sé. El reloj marcaba las cuatro y media. Apagué la luz, y mis ojos se posaron en una tenue luminiscencia que brotaba del monitor de ordenador que había al otro lado de la habitación. Me dí cuenta de que la débil luz se estaba moviendo... ¿eso era normal? No lo vería con más claridad si no me acercaba. Así hice; y cuál no sería mi sorpresa, y aún más, mi terror, al observar en el monitor una cara. Una cara pálida, desfigurada, pero claramente dibujada en la pantalla. Era la cara de una niña, o eso parecía; terrorífica. Apenas tenía rasgos; sus ojos eran dos manchas negras, y su boca otra. Era como un dibujo, un retrato hecho con prisas. Y lo que quizás era más desconcertante ... estaba viva, gesticulando con unas manos que se arrastraban sobre la pantalla desde dentro. Cuando se dio cuenta de que la ví, dejó de hacer gestos, e imitó mi cara de miedo con actitud burlesca.
Poco a poco, me acerqué al monitor, haciéndole señas, para asegurarme de que me estaba viendo y de que todo aquello era real. Y el fantasma reaccionaba, siempre haciendo muecas, riéndose de mí.
Una vez había conseguido captar mi atención, la niña me pedía algo. Señalaba frenéticamente hacia su derecha. Miré, pero no ví nada. Di señales de no entender. Entonces se señaló la boca, luego las orejas, y de nuevo, impacientemente, a su derecha. Entonces comprendí que señalaba a los altavoces. Quería que encendiera los altavoces. dudé por un instante, pero su nerviosismo iba creciendo; parecía estar enfadándose.
Finalmente, dí un paso hacia delante y encendí los altavoces. No se escuchó nada. Volví a mi sitio, y la ví perpleja, congelada, con un espanto pintado en la cara. De repente, señaló a mis espaldas, abrió mucho los ojos y profirió un chillido, abriendo mucho la boca, de modo sobrenatural. Un chillido de ultratumba. Noté el miedo como una onda de choque, un miedo que me hizo salir volando hacia atrás. Caí sobre la cama, y me golpeé la cabeza contra la pared.
Unos golpes sobre el cristal me despertaron. Estaba empapado en sudor, jadeaba y la cama estaba muy deshecha. Encendí la luz, y me asomé a la ventana. Ahí no había nada. Imaginaciones ... Antes de apagar la luz, miré la hora. El reloj marcaba las cuatro y media

viernes, 10 de febrero de 2006

Un árbol

Dicen que en las afueras de cierta ciudad, hay un pequeño jardín. Y aún más, en ese jardín, dicen, hay un árbol. Un extraño árbol, igual que cualquier otro, pero con un misterioso encanto o encantamiento. Y es que afecta profundamente a todo aquel que lo observa durante un rato. Se cuenta que a menudo pueden verse personas pasando tardes enteras observándolo, embelesadas, y que después de varias horas se levantan con una sonrisa enigmática pintada en la cara, y se marchan con la mirada aún perdida en un mundo aparte.
Carcomido por la curiosidad, decidí ir a la nombrada ciudad, y una vez ahí busqué el árbol.
Al principio me costó entender. Incluso creí que hacía el ridículo ahí sentado frente a un árbol, a un par de metros, mirando fijamente; pero ví que a ninguno de los transeúntes le llamaba la atención.
Pero ... ¡no era más que un árbol! ¿Por qué tanto revuelo por un árbol? Decidí desconfiar de mi primera impresión y seguí observando fijamente. Un tronco sólido brotaba de la tierra frente a mí. Por encima de mi cabeza se dividía en ramas, ramas que cada vez se hacían más finas, y todas ellas terminaban en hojas verdes y limpias.
Con la mirada y sobre todo con la imaginación, seguí el recorrido desde el suelo hasta una hoja. El tronco ascendía en línea recta y firme, con seguridad. A continuación se bifurcaba en dos ramas robustas. Escogí una y seguí subiendo por ella. Ésta a su vez se dividía en otras tres ramas más finas. Seguí escogiendo ramas y subiendo; y de repente, sin ningún aviso previo, llegué a una hoja; había llegado al final del camino. Más arriba no había árbol.
Había seguido un camino, y dejado atrás varios cientos de ellos. ¿Cómo saber desde el principio que iba a acabar en esa hoja? ¿Acaso importaba? Lo que sabía seguro, era que al final llegaría a una, y que más allá no había árbol.
Y entonces caí en la cuenta de algo que no había visto antes. El árbol no era lo único que podía ver. Debajo de él, había suelo, mucho suelo. Y ese suelo se extendía muy por debajo de sus raíces. Y el mundo no terminaba en sus hojas; por encima de ellas había mucho cielo. Incluso más que tierra.
No necesitaba ver nada más. Tierra abajo y cielo arriba; y en medio un árbol, alimentándose del suelo, y luchando por alcanzar el firmamento.
Eran la imagen del pasado, y del futuro, y en medio, un presente; una vida breve, que se alimenta de su pasado y tiene un futuro incierto. Pero lo cierto es que esa vida se extingue; en unas hojas que alimentan de oxígeno el aire; asegurando un futuro para las generaciones venideras.

sábado, 4 de febrero de 2006

A nadie le importa

Abre los ojos para ver la realidad. Abre los ojos para ver lo que significas para el mundo, para los demás. Abre los ojos para ver lo que les importa lo que dices, lo que haces, lo que piensas.
A nadie le importa.
A nadie le importa lo que hagas, tienen cosas más importantes que atender. A nadie le importa lo que tú pienses. A nadie le importa si te sientes bien o mal. A nadie le importa lo que tú opines. Ni tus quejas, ni tus reflexiones, ni tus pasiones, ni tus aficiones, ni la historia de tu vida, ni tus sueños, tus pesadillas....
A nadie le importas... ¿Frío? .. Sí. Pero es por esto que puedes pensar lo que quieras, decir lo que quieras, opinar lo que quieras, vivir como quieras, ... porque a nadie le importa, a nadie le molesta; y si lo hace, recuerda que no te importe.
Porque si un dia abres los ojos, y nada cambia, y todo sigue negro; porque si un dia abres los ojos y no ves nada, entonces tienes permiso para imaginar el mundo como tú quieras.

viernes, 27 de enero de 2006

Incomunicación

Te vi por la calle, y tu te alejabas de mí sin haberme visto aún. Te llamé, pero no me oíste, así que decidí llegar hasta tí. Te seguí, y tú seguías sin verme, y sin escucharme cuando te llamaba. Te seguí siguiendo, pero tu cada vez andabas más deprisa. Te seguí llamando, pero el ruido de los coches y el ruido de tu indiferencia ahogaron mi voz. Cuando por fin te alcancé, giraste de repente y no pude pararte. Y tú seguías sin mirar atrás. Volviste a alejarte, y yo a seguirte. Un semáforo se puso en rojo, y los coches comenzaron a pasar. Por un momento tuve la esperanza de que te alcanzaría, pero te arrojaste a la calzada y continuaste tu camino. Y yo tuve que pararme ante el tráfico que te tragó. Todo seguía normal. Y cuando el semáforo se abrió, y llegué a la otra orilla, me senté en un banco a pensar. Sólo me preguntaba si el fantasma eras tú o era yo.

domingo, 22 de enero de 2006

Un viaje normal

Comienza a moverse, imperceptible. Deja atrás, centímetro a centímetro las piedras del camino. Luego, metro a metro, abandona la estación, kilómetro a kilómetro, cada vez más rápido. Ante mí el paisaje comienza a pasar, como un cuadro animado. Intento sumergirme en él, eliminar el marco y atravesar el lienzo de cristal.
De repente estoy fuera, corriendo a 100 km/h sobre una alfombra de piedras, traviesas y acero. Y ahora dejo de pisar el suelo y vuelo a metro y medio de altura. Pero poco a poco me desvío, y puedo dejar de seguir la vía, puedo volar a donde yo quiera, subir o bajar tanto como yo quiera.
Siempre he querido llegar hasta las nubes, y ahora nada me lo prohíbe. ¡Allá voy!
Mas algo ha fallado a medio camino. Caigo. Caigo rápido. Caigo cada vez más rápido. El suelo está a pocos kilómetros, a pocos metros y ahora a un par de centímetros. Todo negro.
Y todo sigue negro, pero estoy vivo, sentado en el suelo y con la espalda apoyada a una pared. Sólo puedo ver un piloto rojo en la pared de enfrente. Me levanto y presiono el botón sobre el que luce el piloto. Y se enciende la luz cegadora de una bombilla de 60 W.
Estoy en una habitación llena de objetos, con dos estanterías para dar algo de orden al desorden. Y a mi lado hay una puerta, que supongo que será la salida. Como no encuentro nada de interés en la habitación, saldré. Por cierto ... ¿dónde demonios estoy? ¿y cómo he llegado aquí? Atravieso la puerta, y veo el símbolo de RENFE en el pasillo al que se abre. En la puerta que acabo de atravesar leo un cartel que pone "Objetos Perdidos"

jueves, 12 de enero de 2006

Una mañana de estas ...

Hoy desperté recordando que olvidaba algo. No sabía de qué se trataba. Desayuné con esa extraña impresión clavada en cada bocado de comida. Y la sensación seguía ahí mientras me estaba vistiendo. Antes de salir de casa comprobé que todo estuviera en su sitio. ¿La cartera? La llevaba, y dentro de ella el billete del tren, del autobús y el dinero suficiente. ¿Las llaves? Estaban en su sitio; no me quedaría en la calle ni moriría de frío en la misma puerta de mi casa... Y así, comprobé que todo estaba en orden; el gas estaba cerrado, las luces apagadas, los grifos cerrados ... Bajé las escaleras a tientas, palpando con las manos las paredes, y tropezando continuamente, llegué a la estación, y poco después subí al tren, con esa sensación aún rondando mi cabeza... ¡Un momento! Se me hizo la luz. Siempre me decían que algún día me iba a pasar, y hoy por fin pasó; me dejé la cabeza en casa.

viernes, 6 de enero de 2006

En las afueras de la Felicidad

Llueve ahi fuera. Las gotas chocan contra el cristal del coche, pero vuelven a volar;
salen disparadas hacia atrás. Voy rodando sobre el agua, dejando detrás de mí una nube, eclipsando mi pasado.
De lo hecho me separan litros de gasolina, de lo dicho, vueltas y vueltas del cuentakilómetros, de lo visto,
toneladas de negro asflato.
Han pasado a mi lado llanuras vacías, montañas que amenazaban con derrumbarse, túneles excavados en el seno del infierno, sin un final a la vista. Sobre mí ha caído la furia de los cielos, el silencio del día, y el calor de las estrellas.
Poco a poco, lentamente, aparecen y pasan a toda velocidad las primeras señales de civilización. ¿Estoy llegando a algún sitio?
Carteles luminosos anunciando no sé qué, vallas publicitarias con no sé cuántas fantásticas ofertas. Otros coches, civilizados, que dejo atrás no mucho más lentamente que a las gotas de agua.
Hasta donde alcanza mi vista, a través de la lluvia, se extienden los vestigios de la vida, una vaga vida de carretera, poblada por viajeros y conductores, conducidos y transportistas, transportes y mercancías; sin mercados, sólo gasolineras y paradores.
El reloj marca las 3 de la madrugada, el velocímetro marca 190. Cada segundo que pasa lo dejo atrás en un segundo, y en una hora queda a cientos de kilómetros.
Y detrás de una curva, a través del agua, aparece majestuosa la Ciudad. Brillantes luces adornan enormes edificios. Los parques están iluminados por la Luna, que ilumina a enamorados y soñadores. Los neones esconden risas, bailes, historias ... Al ritmo de la ciudad, la vida bulle, la paz se impone por las armas de la armonia y el fuego de la dulce frivolidad. Sí, ahí es donde quiero estar, en esa ciudad, no me importa ser un lotófago, olvidarme de lo que hay fuera para siempre.
Y ante mí se abre la puerta de la ciudad; y no estoy ya más en las afueras... La traspaso, y mi vista se sumerge en un mar de belleza, mis oídos se inundan de cantos de sirenas, y mi boca saborea la dulzura del aire. Me olvido de todo, el tiempo se ha detenido.
Pero no el coche, sigue corriendo por calles y boulevards, ante la mirada atónita de los transeúntes que ven perturbada su tranquilidad.
Me estoy dirigiendo a la salida, no puedo evitarlo ya, el coche no me obedecerá. ¡No quiero perder esto que tengo! Una vez que he llegado no quiero irme. Pero no hay remedio.
Más allá de la puerta, puedo sentir el calor. Más allá de la puerta veo la luz. Más allá veo las cenizas, la destrucción. Más allá rugen los fuegos del Averno.
¿Para qué tenerlo todo para volver a tener nada?
Despues de todo es la parte que me ha tocado. Seguiré corriendo para llegar a algún otro lugar,
a través del mismo infierno, si el camino me conduce allí...
Los demonios que dejo atrás se sorprenden al oír una carcajada siniestra brotar de un vehículo que
se sumerge en las llamas a una velocidad endiablada, y deja a su paso una estela de cenizas y huellas de neumáticos cuyos dibujos han desgastado la distancia, la velocidad y el tiempo.